miércoles, 23 de diciembre de 2009

Esteban Rivera Mortis

Sometimes it’s like someone took a knife baby
Edgy and dull and cut a six-inch valley
Through the middle of my soul

Bruce Springsteen. I’m on fire

¡Ya me quiero morir!”, grita su mente. No, no puede estar vivo cuando lo más emocionante de su vida conciente ha sido manejar 150 kilómetros de ida y vuelta hasta Piedras Negras para entrevistar a un luchador llamado El hijo del Sándwich de Queso, campeón de la región Norte de la República, con un coeficiente intelectual comparable a su nombre.

Al menos eso fue suficiente para obligarlo a reaccionar, mandar a la chingada a su jefe de redacción y llenar su mochila de Wangler y la de Marlboro con cuanto pantalón de mezclilla, camiseta sucia, calzones, botas y calcetines cupieron, que tampoco eran tantos, aventarlas al asiento trasero de su maltrecha durango y regresarse directamente a México, a buscar ahora sí su destino.

Pero las cosas siguen iguales. El ambiente gris del invierno defeño no ayuda a curar su depresión. Tampoco el hotel corrientòn, aunque limpio y con estacionamiento, que se va comiendo sus magros ahorros.

Esteban Rivera está condenado.

Algunos días el mundo despierta envuelto en capas de melancolía, tristeza, desánimo y opresión arrolladas fuertemente alrededor del alma de las personas de tal manera que la gente no puede hacer mucho más que llorar y lamentarse por todo el bien perdido, por todo lo que no se ha hecho, por todo lo que se dejó pasar.

A veces, esas capas de lodo, plumas, paja y algodón que conforman la sensación de que nada vale la pena, que todo podría irse al diablo en este mismo momento (y no porque así estaría mejor, sino porque, simplemente, así no estaría), desaparecen antes del primer café del día y casi se olvidan, aunque en ocasiones dejan un leve dolor de cabeza o la sensación de “creo que me voy a resfriar”.

Sin embargo, en ocasiones la asfixia que oprime el alma se pega al rostro y extiende sus tentáculos hacia la nariz, la boca, los ojos y los oídos, se mete al cerebro y empieza a hurgar entre los pliegues que forman las neuronas, irrumpe en los caminos de comunicación de las dendritas y lleva a que el afectado se dé cuenta de que en realidad, eso que uno cree que es vida no es más que ilusión, que en realidad, uno está muerto.

Y sí. Esteban Rivera está muerto. O al menos, muerto en vida, como los despojos devoradores de cerebros de Romero, como los Rolling Stones o como Chabelo. Está muerto desde hace mucho, pero no se ha dado cuenta, o le da flojera, o tal vez la maldita inercia o las vacaciones del ángel de la muerte, pero uno (que en este caso no es otro que el maestro equivocado, dividido y atropellado) sigue caminando por ahí, dando clases, tomando café con leche o yendo al cine. Algunos, los más afortunados, incluso siguen ganando dinero con su trabajo diario.

Sin embargo cuando el cerebro, que a fin de cuentas a veces no es más que un administrador resentido, o la conciencia para los que creen en ella, o una vecina metiche, se encargan de avisar al dueño del cuerpo que su tiempo ha terminado, que su organismo ya rebasó la fecha de caducidad, que es hora de dejar de consumir oxígeno inútilmente, no queda nada más que aceptar el hecho y buscar ordenadamente la salida más cercana.

Por eso, y sólo por eso, Esteban se afeita ese día con una navaja casi sin filo y oxidada que lo deja lleno de heridas, se va caminando por la calle de los mariguanos, le mienta la madre a unos judiciales panzones que están tomando cerveza en su Stratus se pone enfrente de un microbús manejado por un tipo crudísimo y de mal humor, pero es como si fuera invisible. Nadie lo toca, nada lo lastima.

Cruza la calle con los ojos cerrados, baja por un oscuro paso de peatones en el centro y come tacos de suadero junto a un drenaje destapado. Llega a un cajero, saca cinco mil pesos y los cuenta en plena calle, rodeado de ojos avariciosos, se le queda viendo a los tipos más malditos que se cruzan en su camino y nada. Pero nada de nada. Lo cubre un manto de invisibilidad que los propios elfos envidiarían.

Esteban Rivera está funcionando en modo lemming. Busca terminar una existencia que ya no es vida, así que sigue bajando a los infiernos para que una bala justiciera, un afilado puñal cebollero (sí, que sea cebollero, por favor) o una madriza de órdago arreglen el desequilibro que su presencia causa en la realidad.

Así, entra de lleno a una calle donde los granaderos del gobierno solar, que en ese momento visten la camiseta de un consorcio mueblero-financiero-mediático, desalojan unos peligrosos ambulantes armados de chicharrones de harina, pepitorias y algodones de azúcar; expresa su simpatía por el legítimo, el espurio o el aclamado en sendos, pero contradictorios, mítines; entra a un estadio a gritar ¡viva el Santos Laguna! en la porra de las Mariposas de Michoacán… y la muerte como si fuera policía federal de turno, sigue ignorándolo,

No paga en el antro de Polanco, empuja al cadenero en Revoluciòn, se sube a la pista del table y empuja a Sue-Shantal, le dice joto a su vecino de barra en la cervecería de Av. Jalisco. La marca de la muerte funciona en ambos sentidos. Está sentenciado, pero nadie se atreve a tocarlo.

¡Pobre Esteban Rivera! ¡Pobre tipo ignorado! Sabe que está muerto, pero no puede concretarlo, por más que haga lo que la sabiduría popular y la lectura de los periódicos indiquen. Toma taxis piratas de noche en avenidas oscuras, camina por el carril de alta del periférico, pasa por debajo de todas las escaleras que puede, come carne roja, bebe refrescos de dieta y se entretiene mirando cómo da vuelta una taza de agua en el microndas, pero nada.

¿Por qué no puedo morir?”, se lamenta Esteban Rivera. “¿Por qué no puedo morir, si ya estoy muerto?”, grita el escritor devenido en periodista, golpeado por el tiempo, olvidado por la gente, mordido por la perra vida.

domingo, 6 de diciembre de 2009

La lluvia eterna

Sigue lloviendo. Llueve desde hace mil años y parece que seguirá lloviendo otros mil. Los peces nadan a la altura de las ventanas, las aves vuelan en el fondo de los ríos buscando gusanos para alimentar sus empapados polluelos.

Los perros decidieron dejarnos. Mustios, temblorosos, rehuyendo el contacto, pero firmes, nos avisaron que les dolía mucho, pero que se iban a las montañas, al desierto o a cualquier otro sitio en el que no hubiera tanta agua. “Tenemos hongos en las uñas y algas en los ojos”, aullaron antes de irse.

Ellos al menos se despidieron. Los gatos, los borregos y las vacas desaparecieron una noche; los caballos, los chivos y los pollos se fueron al día siguiente. Nadie aguanta la lluvia… salvo los peces y los pájaros, quienes ahora juegan juntos a dar vueltas en el agua y en el aire.

Camino con el agua hasta las rodillas en mi refugio impermeable, tomo un libro y veo como se disuelve lentamente. Arroyos de tinta sepia y verde salen por debajo de la puerta y se unen a un torrente mayor predominantemente azul y ocre que viene del periódico del pueblo.

Extraño los días tibios de antaño. Añoro, incluso, el sol abrasador que me quemaba el cerebro cuando estuve en las selvas secas. Daría mi peso en diamantes azules, verdes y negros --¡ahora tengo tantos!-- por cinco minutos sin agua; toleraría, incluso, un poco de humedad.

Tampoco hay música. El rumor del agua y los truenos apagan cualquier intento de armonía, cualquier barrunto de armonía. Por supuesto, no hay aromas ni sabores; los caldos espesos y los guisados con especias, lentamente sazonados y hervidos, son ahora poco más que una leyenda.

Abro mis manos. Un torrente salobre, tibio, musical envuelve mi cuerpo, lame mi rostro. Por un momento, desaparece la lluvia, se aleja vencida por un líquido carmesí violento, que huele a hierro, que sabe a vida.

Lentamente, el mundo se entibia, pero ya casi no me doy cuenta. Mis ojos se cierran, mi cerebro se apaga y ya no me importa que, afuera, sólo haya agua; agua fría, agua de tristeza y de abandono.

jueves, 26 de noviembre de 2009

Muerte

...y por fin entraron en la ciudad antigua, en la ciudad amorosamente construida y cuidada. arrasaron con las esculturas centenarias, se orinaron en los vasos sagrados, pisotearon los retratos queridos, vomitaron los recuerdos. no conformes, rasgaron la piel, laceraron las carnes y bebieron la sangre de la ciudad derrotada, hicieron escarnio de su antigua belleza, la despojaron de toda dignidad...

jueves, 19 de noviembre de 2009

Soy lluvia

Mientras pienso en lo acertado
de la imagen de la decadencia
de la vejez como "las
invasiones bárbaras" rescato este
cuento y pienso en mi querida mamá.


La lluvia golpea las paredes de la casa. Como las absurdas cargas de infanterìa de la primera guerra, oleada tras oleada de gotas intentan vencer la resistencia de ladrillos, madera y vidrio. Tienen la ciega certeza de los generales de que tarde o temprano vencerán la resistencia, siempre y cuando sea posible sacrificar miles de atacantes.

Acostado en mi cama, enfundado en la bolsa de dormir que utilizo para ahorrarme cobijas y sàbanas, escucho la luvia. Cuando se oye sin cuidado, el sonido parece rìtmico; si se le pone atenciòn, uno se va dando cuenta de las diferentes cadencias, de los sonidos individuales que hacen las gotas al reventar, del susurro de los meandros que se escurren por las paredes, del sisear de los minúsculos arroyos que se hunden en la tierra.

Poco a poco, las palabras de la lluvia van entrando en mi cuerpo, van poseyendo mi alma. Veo los inmensos palacios de cristal habitados por los seres del agua y las pequeñìsimas perlas de cristal con las que las arañas tejen sus telas, floto en los fríos torrentes que circulan entre las cavernas de diamante del fondo de la tierra.

El agua y yo somos uno. Fluyo con ella. Lentamente, empapo la bolsa de dormir y chorreo hasta formar un charco debajo de la cama, en la esquina de la habitación. Algùn dìa, alguien entrará en el cuarto y sólo si es muy perspicaz se darà cuenta de un ligero olor a humedad, lo que quedará de mí en el mundo lejos de la lluvia.

domingo, 1 de noviembre de 2009

Otro regreso a casa

Hoy amanecí melancólico. Las montañas arboladas que se ven desde la ventana abierta de la habitación me parecen tristes; las bruma, evocadora. Siento ese dolor lento que te invita a hurgar en él como cuando se te cae la tapadura de una muela y con la lengua tratas de averiguar si es posible que te duela más. Generalmente, el centelleo de dolor insoportable te informa, tarde, claro, que sí era posible.
Incluso, el aroma del café recién hecho me hace pensar en realidades que jamás han existido, en mujeres con las que jamás compartí nada en la realidad, que sólo se desarrollaron y crearon en los laberintos húmedos y oscuros de mi cerebro.
Me dejo llevar por la melancolía. Los pájaros no cantan, sino sollozan conmigo; las hormigas no trabajan ni caminan por el marco de la ventana, sino cargan conmigo sus penas. ¡Ah! ¡Qué la vida!
¡Pero la melancolía es como un cachorro con rabia! De lejos puede verse linda, incluso tierna, pero si tratas de acariciarla, si pretendes confortarla, seguramente te morderá el vientre y se abrirá camino por tus entrañas para tratar de saciar el dolor en que se ha convertido su cerebro.
Ni montañas arboladas ni bruma. Calor y cerros pelones es lo que hay afuera de mi casa. Sed y perros malhumorados que están a punto de olvidar la historia romántica de su amistad imperecedera con el hombre y se ven dispuestos a saltar todos dientes y furia contra el primero que les quite un pedacito de sombra. Vida real, cruel y sádica, pero al menos libre de esa melancolía traidora y olorosa a ese dulzor de las cosas cuando empiezan a podrirse.
Tomo café mientras me visto. Hace demasiado calor como para tomar un baño que sólo me hará sudar más. Busco las botas debajo de la cama, sin preocuparme demasiado por los alacranes que seguramente hacen sus cosas allá abajo. Jeans no demasiado sucios, camisa limpia, calzones y calcetas también limpios, sombrero y un paliacate. Las llaves de la camioneta y listo.
Los perros me ven con desgana. Tal vez temen que los invite a venir conmigo, pero ahora no lo haré, los dejaré descansando en la dudosa sombra que encuentran en la casa abierta. Tienen agua y comida suficiente para muchos días y si algo pasa (¡qué manera tan bonita para decir: si no regreso porque me partí la madre en una pinche carretera sola en el culo del mundo!) hay gente que se hará cargo de ellos.
Los extraño, claro, y a veces me espanto al darme cuenta que me preocupan más que la gente, pero no quiero llevarlos a este viaje conmigo. Me voy de frente al sol a encontrarme con algo –un mundo destrozado, la humanidad aniquilada, mi sangre alimentando los nopales-- o alguien --la mujer cuyo rostro sólo yo conozco, porque yo mismo se lo he dado-- que me arranque la melancolía que me oprime, de ese cachorro triste que espera hecho un ovillo de pelo, tierra y babas a que me descuide.
El interior de la dakota está insufrible, así que prendo el aire acondicionado a toda potencia, con las ventanillas abiertas, claro. Vale madres la economía de combustible, que los seis cilindros en “V” sirvan de algo, qué carajos. Tomo la carretera. Por el retrovisor veo que los perros me alzan sus cabezas para verme hasta que desaparecen cuanto tomo una curva.
Los cerros áridos y resecos bordean la carretera. En lo alto se ven algunos zopilotes recortados ante un cielo tan azul que parece pintado por algún artista obsesionado con los temas folklóricos. Café, azul y la banda negra de la carretera, es todo lo que veo. Conduzco dos, tres horas hacia la nada. No hay gente, sólo el terreno casi desértico requemado por el sol. Sigo hacia adelante, al menos 40 kilómetros por hora más rápido de lo aconsejable. Cierro los ojos y miro el vacío.
Piso el freno a fondo. La camioneta toma vida propia, quiere seguir adelante, pero no puede hacerlo con las ruedas trabadas. Su sistema antibloqueo no facilita las cosas. Quedo inclinado de costado sobre unos mezquites. Un corte en la frente me llena de sangre la cara.
Bajo de la camioneta. Adelante de mí veo que la carretera está rota. Se abre un abismo. Literalmente. No puedo creer lo que estoy viendo, me acerco al borde de la ruptura y un aire aún más caliente que el que estaba respirando me golpea en la cara.
No veo más.
Saco la camioneta del mezquital y regreso. Ya es de noche, manejo despacio, con las luces altas. Los perros corren tras la dakota --algo que aprendieron a no hacer desde cachorros--, pero que ahora parecen haber olvidado o que simplemente no les importa. Llego, bajo y ellos se arremolinan para saludarme. Me llenan de babas, se gruñen y lanzan mordidas nerviosas. Juntos entramos. Ellos se lanzan a beber agua, yo tomo una cerveza del refrigerador y, por primera vez, sonrío. La nostalgia ya no está y eso ya es ganancia.

miércoles, 21 de octubre de 2009

Moscas

Una vez más, los dioses que no se nombran han descargado su ira sobre hombres y animales. Sus huesos se blanquean en medio de un camino que ya nadie recorrerá, como recuerdo de la ira de los pequeños devoradores de carne, de las deidades únicas de este mundo sin esperanza.

Los dioses que no se nombran castigan a quienes los ofenden, y las ofensas pueden ocurrir de mil maneras. De pensamiento, palabra, obra y omisión. El castigo puede ser inmediato o demorarse, pero siempre llega y siempre es terrible.

Yo soy el narrador de historias. Canto de pueblo en pueblo todo lo que ocurre porque no puedo vivir en ningún lado. Fui desterrado hace muchos años y las leyes me impiden asentarme demasiado en algún lugar. No puedo echar raíces, no puedo establecerme; pero soy respetado. La gente me busca para saber qué pasa en otros lugares.

Ahora ya casi nadie viaja —es caro y peligroso hacerlo pues los dioses que no se nombran así lo han dispuesto—, pero la gente que habita esta mundo procede de razas de viajeros y sufren al tener que permanecer atados a un solo lugar. Su único consuelo son las historias, aunque sepan que la mayoría de ellas son falsas, construidas únicamente para su entretenimiento... además de que se pagan mejor que las narraciones verdaderas.

Nadie quiere escuchar de muertes y tristezas; de soledad y hambre; de castigos divinos y terrenos.

El nuestro es un mundo triste, húmedo y sofocante. Nuestro mundo es un lugar de desolación y sufrimiento. Nuestros pecados abrieron el vientre humeante de la culpa y atrajimos el castigo. Las moscas comen nuestra carne. Ellas son los dioses que no se nombran, los únicos dioses que merecemos.

martes, 13 de octubre de 2009

Viaje a Tepoztlán

Pick ups, SUVs, autos familiares, deportivos, cargueros... la fila avanza a unos 30 kilómetros por hora --70 u 80 menos de los que acostumbran los turistas en esta carretera sinuosa que especifica 50 kilómetros de hora como velocidad máxima. La hilera tras el tráiler se impacienta, los conductores encienden la luces, defensean. “¡Pinches chilangos, qué prisa tienen!” pienso desde mi auto con placas de Morelos, una rareza entre tanta matrícula defeña y mexiquense.

Sin embargo, puede que la molestia sea explicable. La hilera se forma apenas entrando en el tramo de cuota de una carretera de 14 kilómetros hasta el entronque con la carretera Cuernavaca-México o con la desviación a Tepoztlán. Curva tras curva, de subida y de bajada, mientras se circula por un bosque de pinos, siempre con el sol en la cara no son lo mejor para un ánimo festivo o relajado.

Por fin, un carguero se pega a la derecha y nos avisa que es posible rebasar. De todas maneras, hay que hacerlo con cuidado. Hace un par de años, en esta misma carretera, estuve a punto de chocar de frente contra un tráiler por hacerle caso a indicaciones como las de ahora. Pero parece que en esta ocasión sí son legítimas y media docena de vehículos logramos pasar los estorbos. Por el retrovisor veo al conductor de la SUV que me ha venido defenseando y aventando las luces los últimos cuatro kilómetros. No alcanzó a pasar, peor para su karma chilanga.

Aparecen los anuncios de “Pueblo Mágico”, esa cursi denominación que la sentenciada Secretaría de Turismo les endilgó a algunas poblaciones de la República y que define como: “una localidad que tiene atributos simbólicos, leyendas, historia, hechos trascendentes, cotidianidad, en fin MAGIA que emana en cada una de sus manifestaciones socio - culturales, y que significan hoy día una gran oportunidad para el aprovechamiento turístico” (respetamos la redacción de la Sectur).

Tenemos que llegar al centro. El tiempo ha erosionado mi conocimiento del lugar y tenemos que pedir señas. Los ojos oscuros, recelosos; la actitud desconfiada, entre displicente y francamente hosca que se ve en las casi centenarias fotos de los zapatistas en la capital, se regala abiertamente al chilango aquí y en otros pueblos del estado. El “¿cómo llego a...?” se recibe, pero la respuesta siempre tiene un dejo acerado, amargo. Bueno, a veces, esa sensación se esfuma cuando la voz de quien pregunta tiene ese sutilísimo acento que lo diferencia del chilango, más en el ritmo que en el tono; cuando emplea los giros idiomáticos (don/doña, oiga, pues...) que caracterizan el habla del centro-sur morelense. Y las indicaciones son mucho más precisas, eso es innegable.

Lo mismo el taxista que la señora a la puerta de su casa e, incluso, el chamaco al volante de su pick up Ford ilegal, y que habla con el acento angelino que les queda a muchos migrantes, son amables ante quien intuyen paisano y dan señas precisas, concretas, para llegar al destino. Atrás de nosotros, desde otro auto, con otra actitud, unas personas exigen señas. Nos los encontraremos un par de horas después, furiosos, porque “los pinches indios de este pueblo ni siquiera son capaces de decirte como llegar a ningún lado”. Ah, qué los chilangos, tan generosos, amables y serviciales en su casa, y tan patanes, salvajes y colonialistas en la ajena.

Hace 20 años venía muy seguido a Tepoztlán. Hace 20 años los problemas eran la falta de drenaje, la escasez de agua potable, el poco desarrollo agrícola, las malas vías de comunicación, las ideas faraónicas de los gobernantes y el turismo intensivo de fin de semana... ahora, los problemas son exactamente los mismos. Nada ha cambiado. Quizá haya un poco más de casas suntuosas, por supuesto, de fuereños; seguramente hay más restaurantes, pero el morelense nativo no gana gran cosa de eso, ni de las excursiones al Tepozteco. Se queda con las migajas de un modelo económico obtuso.

¿Acaso la magia residirá en que la caca local y de los turistas permanezca contaminando mantos freáticos? ¿En que la única opción de mejora real para muchos de sus habitantes sea emigrar, en el mejor de los casos, a las zonas industriales de Cuernavaca o el DF, o en el peor, a Estados Unidos? ¿La magia está en casas impresionantes, con alberca y caballerizas, al lado de casuchas en las que niños, pollos, perros, adultos y en ocasiones algún cerdo conviven? Quién sabe.

Para llegar al restaurante recorremos la calle principal, que lleva al Tepozteco que se yergue como posando para las cámaras, con nubes hasta más abajo de la mitad de su altura. En la calle, que parece una puesta en escena de Coyoacán, se ofrecen sombreros, camisetas de Pancho Villa, Zapata o Harely Davison, juguetes, esa ropa parecida a la que usan en la provincia India de Rajastán y que nosotros hemos aprendido a denominar “hindú”, tatuajes de hena, horóscopos mayas (que, suponemos, no han de ser muy populares ahora que nos informaron que el mundo acabará en un par de años), comida sana y muchos, muchos restaurantes, desde poco más que puestos donde las micheladas (acá son cerveza con mucho chile piquín, salsa, limón y sal) son el plato fuerte, hasta restaurantes argentinos, vegetarianos y mexicanos.

Comemos en Los Colorines la tradicional comida mexicana versión Sanborn's y luego salimos a la calle. No me puedo tranquilizar. Sigo pensando en por qué las autoridades creen que la magia está en la inmovilidad y el subdesarrollo, por qué nos aferramos como sociedad a la imagen de un turismo servil, indigno, con puestas en escena, por qué somos tan, pero tan postmodernos.

A la pequeña Valentina, con sus 15 meses, no le molestan ninguna de esas cosas. Ella se impacta con una serpiente de trapo azul y nos mira con sus ojitos brillantes. La vendedora se da cuenta que tiene una venta hecha y, magnánima, nos rebaja 10 pesos. Valentina abraza su serpiente y tira el avión de madera laqueada que tenía en la mano y que le habían comprado poco antes.

Caminando por el empedrado, que según algunos lugareños lo pusieron nomás porque así los chilango sienten que están en la verdadera provincia, llegamos al mercado, en el centro de Tepoztlán. También allí las cosas están puestas para el gusto de los visitantes, con mucho copal y toda la parafernalia del pueblo mágico. Casi no se venden verduras, frutas, canastas ni objetos de plástico, como en cualquier mercado normal, pero sí, una vez más, camisetas, pulseras, palos de agua (típica artesanía mexicana originada en Australia) y dudosas piezas prehispánicas.

Junto al kiosko, unos payasitos astrosos empiezan su rutina, más allá unos jóvenes cantan sones típicos acompañados de guitarra y la pequeña Valentina corre con sus juguetes. Ella es feliz y no escucha, no entiende y no le importan, los improperios y sandeces que un grupo de adolescentes tardíos con suficiente alcohol en sus organismos como para intoxicarlos gritan para contar sus aventuras sexuales y de drogas con el que hicieron que este fin de semana valiera la pena y les hiciera olvidar el agobio del metro o la inseguridad de las calles capitalinas.

Recogemos el auto, pedimos instrucciones para salir “no a México, sino con rumbo a Yautepec” y nos las brindan con extrañeza, pero perfectas. Comentamos del viaje y quedamos, que la próxima vez, mejor iremos a Tlayacapan, donde aunque no sea oficialmente mágico, si existe la magia.

lunes, 5 de octubre de 2009

La alfombra sucia

La alfombra está sucia. ¡Puta madre! La pinche alfombra de este hotel pretencioso y caro está sucia. ¡Carajo! Bueno, a ver si me acuerdo de no caminar descalzo.
Realmente, lo único que quiero luego de siete horas en carretera es un litro de agua mineral y dormir, nada más. Ni siquiera un sándwich de queso me haría cambiar de opinión.

Hace calor y no me dieron control remoto para la televisión. No importa, que se quede en el canal del pasito duranguense para que me arrullen los lamentos de amores incomprendidos. ¡Ah! Pero lo tengo prohibido… bueno, no importa, no creo que nadie se entere.

Me empiezo a quedar dormido…

¿Quién me está golpeando en la cabeza? ¿Dónde estoy? ¿Por qué hace tanto calor? Ah, ya recuerdo, no es mi cabeza, eso era en un sueño donde miles de muñecas diminutas me golpeaban con sus puños minúsculos y me reclamaban por qué no les hacía caso.
Están tocando la puerta. ¡Mierda! Olvidé la pinche alfombra sucia y volví a pisarla. Espero que no sea nada infectado o que me vaya a contagiar de algo. Sería no sólo irónico sino incluso ridículo que luego de mi forzada abstinencia terminara con alguna enfermedad venérea.

--Ya voy, carajo, ¡ya voy! --grito hacia la puerta que parece caerse. Las manitas de las muñecas se convirtieron en dolor de cabeza.

--¿Qué pasa, qué quieren? --pregunto junto a la puerta.

--Buenos días, caballero, ¿o serán tardes? --responde una voz odiosa –vinimos a limpiar su alfombra…

--Venimos, es venimos --les digo.

--Perdone, caballero, no lo entiendo…

--Que se dice venimos a limpiar, no vinimos, pero no importa. Pero, ¿cómo que vienen a limpiar la alfombra? ¿Me van a pasar a otra habitación?

--Bueno, no me dieron esas instrucciones, pero debe salirse un rato, una hora o dos, nada más.

--¿Y mientras, qué hago?

--Eso no lo sé, caballero, yo sólo vengo a limpiar al alfombra, y si me abre la puerta porque se me está haciendo tarde…

--Le abro, madres, primero voy a llamar a la recepción para que me cambien de cuarto.
Regreso a la cama pisando la alfombra que ahora no me parece tan sucia, descuelgo el teléfono que está en el buró.

“Good afternoon, welcome to the reception of the San Pablito Inn…”

Entre la extrañísima pronunciación mezcla de inglés de academia corriente y anunciadora de vuelos de aeropuerto y la elección de palabras propias de alguien no muy versado en el idioma, me olvido de la razón de mi llamada, pero otra vez los golpes a la puerta me despiertan del ensueño.

--¡Hey! ¡Caballero! ¿Sigue ahí? Mire, algunos de nosotros sí tenemos trabajo y no podemos estar perdiendo tiempo…

--¡Carajo! Espere a que resuelva el asunto de la habitación --le grito en un tono mucho más feroz que mi verdadero enojo-- y vuelvo al teléfono, que ha seguido dándome saludos e instrucciones en un inglés bastante curioso.

Marco el 0 y espero. Responde una persona, afortunadamente en español, a quien le explico el asunto del lavado de alfombras y la necesidad que me cambien de cuarto, o que hagan su aseo cuando yo no esté.

--Mire, caballero --me explica con esa voz ISO9000 aprendida en curso de asertividad para gerentes que ahora tienen casi todas las personas que atienden gente en empresas multinacionales--, nuestros estándares de calidad cerificados internacionalmente nos permiten dar a nuestros huéspedes los mejores niveles de estatus y calidad en nuestros servicios, razón por la cual hemos enviado a nuestro experto en sanitización a llevar a cabo un procedimiento de higiene en la alfombra de su habitación, motivo por el que…

--Ya, ya, eso lo entiendo. Lo único que le estoy pidiendo es que me dé otra habitación y que limpien la alfombra a gusto…

--Es que eso no se puede, caballero…

-¿Cómo que no se puede? ¿No tienen cuartos disponibles? Si es así, esperen a que salga en la tarde para que limpien…

--Es que eso no se puede, caballero…

--¿Por qué?

--Nuestro procedimiento estandarizado a nivel mundial nos indica que la sanitizaciòn de la alfombra debe hacerse precisamente ahora; de hecho, ya lleva un retraso de cuatro minutos, mismos que se le descontarán a nuestro técnico especializado…

--Ya, ya, no me importa su maldito procedimiento. O me dan otra habitación, o se lo meten por el culo, me da igual, pero dejen de molestarme…

--Caballero, no se moleste y no me ofenda, simplemente…

Colgar el teléfono funciona como argumento contundente. Me asomo por la mirilla de la puerta y veo al limpia-alfombras, chaparrito, calvo, de bigotito. Parece nervioso.

--¡Váyase al carajo! –le grito--, no va a limpiar esta alfombra, al menos, no mientras yo esté aquí.

Me regreso a la cama, no sin antes pisar alguna cosa asquerosa que se oculta en el tejido de la alfombra, enciendo el televisor y vuelvo a quedarme dormido.

Sueño que un ejército de chaparritas está haciendo un censo estandarizado mundialmente de la cantidad de mujeres con las que he dormido. Por alguna razón, esa pregunta me angustia y quiero escaparme de ellas, pero me persiguen por todos lados aprovechándose de su minúsculo tamaño que les permite escabullirse por cualquier rendija. Me tienen acorralado cuando tocan la puerta…

¿Tocan la puerta? ¿En el sueño? No, no es en el sueño. Despierto en el preciso momento en que dos enormes guardias privados de seguridad irrumpen en el cuarto y me inmovilizan. Otros dos recogen todas mis cosas, mientras una empleada alta y a todas luces ejecutiva me dice:

--Este es el procedimiento estandarizado de calidad número 13,684, diseñado para garantizar el sanitizado de habitaciones de acuerdo con la normatividad mundial. Como usted se ha opuesto, nos vemos obligados a desalojarlo de estas instalaciones. Esperamos que no lo tome como algo personal y se sirva llenar la encuesta de servicio que se le entregará en breve. Buenas tardes.

No recuerdo mucho del proceso de desalojo, pero terminé con las costillas maltrechas, un ojo morado y me sangra la nariz. Ahora estoy en una habitación pequeña, de cemento, con una ventanita con barrotes. La puerta está cerrada y no tiene chapa, pero al menos hay un catre limpio y el piso desnudo no tiene alfombra que limpiar.

Me acuesto y cierro los ojos. Nadie me persigue, nadie me pega. En realidad, me siento en paz…

sábado, 26 de septiembre de 2009

El olvido (VERSIÒN COMPLETA)

Volcado en mí mismo, en la inmensa llanura vacía de mi alma, camino hacia un horizonte que apenas se adivina tras la bruma y las nubes de tormenta. El cielo está roto por los rayos cuya luz se clava en el fondo de mis ojos y hace más difícil el camino; el piso también está roto, lleno de grietas y espinas que buscan morder mis tobillos.

El frío convirtió mis huesos en vidrio, los molió y reconfiguró en una plasta blanda que me permite caminar, sí, pero a cada paso envía miriadas de agujas a mis articulaciones. Debería echarme a un lado y dormirme, morirme de una vez por todas, pero sé que no puedo, porque estoy dentro de mí, de la desolación que hay en mi mente, así que sigo caminando en el brumoso abandono de la falta.

Frío y humedad, pero sobre todo, la soledad que convierte en cenizas el corazón y lo avienta a la cara de los ridículos, de los románticos, de los tontos, de todos ellos que sin embargo son felices en sus mundos tibios y abrigados, que ven el frío de afuera mientras toman leche tibia azucarada.

Los tontos, los románticos, los ridículos se regocijan con las cenizas pues las confunden con confeti y ríen, se besan, disfrutan de los engaños de sus mentes.

Yo los alcanzo a ver como espectros a los lados del camino. Espectros más malvados que los demonios, más sanguinarios que los chacales. Se burlan de mí, me escupen y su saliva me entra en los ojos y en la boca.

Sigo caminando hacia el lejano horizonte, hacia el final que, igual que el camino, se funde en la nada del olvido.

jueves, 17 de septiembre de 2009

nzvmamxzv

NNNNNNNNNNNNNNNNNNNNNNNNNNNNNNNNNNNNNNNNNNNNNNNNNNNNNNNNN...
zzzzzzzzzzzzzz
vvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvvv
A!
mmmmmmmmmmmmmmmMMMMMMMMMMMMMMMmMMMMMMMMMMMMM
a?
mñmñmñmñmñmñmñmñmñmñmñmñmñmñm
XXX
ZZZZZZZZZZZZZZZZZZZZZZZZZZZZZZZZZ
vBvBvBvB!!!!!

viernes, 4 de septiembre de 2009

Añoranza

Está lloviendo. Es la primera lluvia en no sé cuánto tiempo. El agua cae con fuerza, empapa el piso arenoso, moja las paredes resecas de la casa y despierta ciertos olores que yo suponía olvidados o, al menos, lo suficientemente escondidos para hacerme a la idea de que ya no existían.

Los perros estuvieron mirando recelosos la lluvia durante largo rato; después, se gruñeron un poco y al final, se durmieron, aunque tienen sueños intranquilos que los hacen gemir y llorar un poco.

Yo también miro la lluvia con recelo. Ya no me gusta que llueva, porque me recuerda cuando hacíamos el amor y yo me deleitaba lamiendo tu sexo durante horas, siempre me pareció que sabías a lluvia.

Y, ahora que llueve, vuelvo a pensarlo.

Ya sé lo que me dirías: ¡Què ridìculo eres! ¡De veras que no sé de dónde puedes sacar tanta mamada! ¿Què tiene que ver la lluvia conmigo o con lo que te imaginas? Luego te reirías mucho, y seguramente terminarías contagiándome la risa, porque a pesar de todo, te gustaba que te convirtiera en lluvia, y a mí siempre me gustó tu risa.

Bueno, creo que todavía me gusta. Es lo bueno de saber que las relaciones no son para siempre, que tienen fecha de caducidad. Así estamos bien… bueno, casi siempre, salvo estos momentos en que llueve y la boca se me llena de tu sabor.

Los perros están cada vez más nerviosos. No creo que tarden en despertarse; ellos nunca te quisieron demasiado, ni tú a ellos. Tal vez la lluvia también les haga acordarse de ti.

Sólo espero que no se les ocurra salir a rascar la tierra mojada. Capaz que en una de esas te encuentran y no creo que fuera algo demasiado agradable para ninguno.

jueves, 20 de agosto de 2009

In memoriam


Esta ponencia se leyó en la Universidad Anáhuac Norte hace ya varios meses. La publico ahora porque creo que es el momento.

Preparo, redacto y leo esta breve ponencia en homenaje a Ocatvio Paz y a José Vasconcelos precisamente en medio de una crisis personal estremecedora.

Sé que algunos pensarán que abuso de la audiencia por decirlo, pero mi hermano Guillermo, un hombre joven y bueno, agoniza víctima del cáncer mientras que mis padres ancianos y enfermos, malgastan sus energías menguantes tratando de comprender el sinsentido de que un hijo pierda la vida.

Ante esta tragedia, les aseguro, paciente auditorio, que estuve a punto de cancelar mi participación en este coloquio. Sin embargo, decidé no hacerlo porque, de maneras directas e indirectas, yo debo lo que soy, mi comprensión del mundo y mi sensibilidad a intelectuales como Vasconcelos y Paz.

Mis papás nos criaron en un mundo de letras, de pensamientos, de ideas. Desde muy pequeños aprendimos de las largas discusiones que sostenían mi papá --vasconcelista aferrado--, mi mamá --escéptica fervorosa-- y mi abuelo --antivasconcelista recalcitrante-- que se puede estar en desacuerdo sin que esto implique una pelea. Muchos años más tarde pude ser testigo de una historia similar cuando escuchaba al académico Tarcisio Herrera discutir sobre la supuesta mala fe de Octavio Paz en torno a Sor Juana y que la amistad de mi padre con él se mantuviera.

Estoy seguro que mucho más allá de sus ideas, brillantes en muchos casos, turbadoras en otros y dicutibles en algunos, el valor de Paz y Vasconcelos para la cultura mexicana es su pasiòn, su creencia en el poder de los libros, de las ideas, de la educación.

Cuando a Vasconcelos se le censuraba que se pusieran libros al alcance de las personas “porque se los iban a robar”, el filósofo aseguraba que era dinero bien invertido y que no se trataba de un robo, sino de una oportunidad para llevar conocimiento al pueblo.

Paz, a pesar del canto de las sirenas de los medios masivos, se mantuvo fiel a su esencia en la publicaciòn de libros, revistas y todo tipo de material escrito. Ambos combatieron, con gran éxito, la creencia generalizada de que la inteligencia es peligrosa o, al menos, rara, que el mundo es mejor cuando no piensa.

Alguna vez, otro escritor, Isaac Asimov reflexionó sobre la manera en que novelistas y cuentistas de ciencia-ficción abordan la inteligencia. El escritor lamentaba que personas evidentemente inteligentes opinaran en sus obras que esta cualidad es peligrosa o, al menos, sospechosa.

Veámoslo, si no, en los estereotipos. Los genios son distraídos, sucios, dispersos. Hacen descubrimientos por casualidad y, generalmente, son inútiles; además, contradiciendo a la genética, nunca pueden encontrar pareja, son amargados y escuchan música clásica (o, más recientemente, rock alternativo). Aunque a veces el escenario es todavía peor: los inteligentes son malévolos, destructores, inhumanos incluso.

La sociedad mexicana se regodea con estos prejuicios, califica a los intelectuales de todo lo que se les ocurra: raros, antimexicanos, peligros para la juventud, dolores de cabeza. Ya en su tiempo, José Vasconcelos combatió estos estereotipos al declarar: "La cultura engendra progreso y sin ella no cabe exigir de los pueblos ninguna conducta moral."

En la vida real (o cotidiana, mejor dicho), tampoco vemos muy bien que digamos a la gente inteligente. Nerds, freaks, matados, ñoños... los epítetos son infinitos, ridículos y, muchas veces, insultantes. Y por si fuera poco, ni siquiera los maestros, padres de familia o estudiantes universitarios graduados nos libramos de hacerlo. Por el contrario, muchos de nosotros nos hacemos cómplices de la mediocridad y la estulticia al humillar a los inteligentes, a los estudiosos, a los inquisitivos.

Cultivamos mitos peligrosos y perversos como aquél de que lo que importa es aprender, no las calificaciones, y así mantenemos generaciones enteras de estudiantes de 7.5. Salvo casos excepcionales, como Bill Gates o Albert Einstein, la inmensa mayoría de las personas que tienen antecedentes universitarios y tienen algún éxito fueron estudiantes de, al menos, 8 de calificación y todos realmente se dedicaron a lo que les interesaba, fueron creativos y estudiaron. Mucho, además.

Por otro lado, pocos han pensado que la inteligencia es realmente sexy. Nada mejor que tener como pareja a alguien con quien se pueda platicar, discutir, intercambiar puntos de vista; una pareja con las que las peleas sean verdaderos intercambios, no simples discusiones absurdas y estériles. Y lo mismo puede decirse de la amistad. Si no puedes platicar con tus amigos, enriquecerte con ellos, ¿para qué los quieres?

Yo sostengo, y estoy seguro que Octavio Paz, para quien Las masas humanas más peligrosas son aquellas en cuyas venas ha sido inyectado el veneno del miedo…. del miedo al cambio”, que mucho de este miedo a la inteligencia proviene y lo fortalecen, precisamente, quienes no quieren que cambien las cosas porque sacan provecho de ellas como están.

Como les compartía antes, este es un momento de crisis personal y en un supremo acto de egolatría quisiera que fuese un momento de crisis para todos, un momento donde nos diéramos cuenta que en México hemos tenido la gente, los pensadores y los modelos, que los mexicanos podemos, debemos, ver lo grande que ha dado nuestro pueblo, y empezar a valorar nuevamente la inteligencia, la cultura, el libro.


viernes, 7 de agosto de 2009

Lázara

I want you
I want you so bad
I want you
I want you so bad
It's driving me mad
It's driving me mad
(de The Beatles, pero en la versión de
Anderson, Fuchs, Carpio)


Siempre me ha dado miedo dormir solo. No es que no me guste, es miedo. ¿A qué? No estoy seguro. Tal vez a no despertar, tal vez a enfrentarme a los terrores que habitan en la noche. No sé, ni pienso ir con un psicólogo para averiguarlo. Simplemente me da miedo, punto.
Por eso muchas veces he enamorado desconocidas para que me acompañaran y durmieran conmigo. Literalmente. Por eso, también, muchas veces más pagué a jóvenes y maduras por unos minutos de sexo y por horas de compañía nocturna.
Ahora no lo hago más… bueno, casi nunca. Ahora prefiero la compañía de Lázara. No me importa que huela mal, que se quiera apropiar de toda la cama y que cuando come de más se tire los pedos más asquerosos que uno se pueda imaginar.
La prefiero porque sé que ella me acompaña porque quiere y me cuida porque se le da la gana. A cambio, sólo tengo que rascarle su cabezota llena de pelos rubios, darle agua y comida… y destinarle el asiento trasero de la doble cabina para ella.
Lázara, por supuesto, es una perra; de hecho, es una perra grande, amarilla, sin raza definida. La encontré hace años en una gasolinería. Unos tipos más ociosos que borrachos tenían acorralada a la perrita de unos tres meses entre un refrigerador viejo de cocacola y la pared. Ella les gruñía y les enseñaba los dientes.
Mi “dejen esa perra, cabrones” no les impresionó. Voltearon a verme, me midieron y supusieron que no enfrentaba demasiado riesgo para ellos. Al fin eran tres y tenían palos y una navaja.
“Mejor primero te abrimos a ti, puto”, me respondieron. Realmente lo hubieran podido hacer cagados de la risa, si en la mano derecha, oculta por la chamarra, no hubiera traído lista para usar uno de mis amuletos: una Smith&Wesson calibre .38. No gran cosa, pero suficiente para destrozar las rodillas de los dos primeros cabrones antes que supieran de que iba ese baile. Me confié un poco y no me di cuenta que el tercero, por puro pánico, se me aventó y la navaja me abrió un tajo de 10 centímetros en el antebrazo izquierdo.
Yo soy putísimo para el dolor y esa cortada me dolió de a madres, así que ya no disparé a las piernas, sino que los dos tiros restantes fueron al cuerpo del idiota con la navaja. Pobre güey, no andaba de suerte y los tiros dieron en el hígado. La sangre casi negra lo indicaba, como me había explicado una vez Edgar, a quien los soldados habían atrapado en un baile en no sé qué pueblo de Centroamérica y había pasado tres años como soldado regular peleando en montañas selváticas asquerosas, y se había vuelto experto en muertes cruentas y dolorosas.
Mientras el herido en el hígado se quejaba quedito, los otros dos me miraban asustados. Y con razón. Las situación se había salido de cualquier control y no podía dejarlos vivos, no era saludable, no tanto por temor a una policía que probablemente jamás aparecería, sino por la venganza de sus amigos de alguna mara local al reconocerme, así que les corté el cuello con mi cuchillo victorinox de caza. El filo de 15 centímetros resultó misericordioso, pues el tajo fue rápido. El otro tipo no tardaría en morir, cuando mucho, le quedaban 20 o 25 minutos, así que lo dejé para que reflexionara sobre su vida.
Me vendé el brazo y recogí a la perrita, que se dedicó a lamer la sangre que rezumaba de las vendas y a llenarme de pulgas. La herida me dolía mucho, pero no era cosa de ir al primer doctor, así que subí a la camioneta, puse a Lázara en el asiento trasero –desde el primer momento se apropió tanto del nombre como del lugar-- y manejé 248 kilómetros por el desierto hasta llegar a otro estado.
Allí busqué un veterinario del que me habían platicado. Era bueno, pero le gustaba demasiado el trago y el dinero fácil. Y tenía prioridades muy claras. Primero atendió a Lázara, la bañó, desparasitó, espulgó, le dio vitaminas y la vacunó contra mil enfermedades; sólo después que terminó, me inyectó con una jeringa monstruosa antivirales de amplio espectro, penicilinas de tercera generación y me puso una anestesia local tan potente que me hizo pensar en canciones de Jerry García.
La costura de la herida no fue una obra maestra, pero ahora está más o menos oculta por un tigre de bengala en honor de una de las personas que me mantienen con vida.
Le pagué el veterinario casi mil dólares y una botella de Jack Daniel’s. Él, a cambio, me dio una bolsa grande de eukanuba para cachorros, un collar con exvotos de la santa muerte, malverde, marx y jim morrison para Lázara y nos dejó más o menos sanos. Ah, y nos permitió dormir en su recámara una semana, mientras él se iba a gastar al otro lado de la frontera el dinero ganado.
Han pasado cuatro años y no nos ha ido mal. Yo sigo teniendo miedo a la noche, pero Lázara lo sabe y me acompaña. Es un buen arreglo, mejor que cualquier otro que hubiera podido imaginar.

viernes, 31 de julio de 2009

*N*A*C*O*

¿Qué que es naco? ¿Y tú me lo preguntas? Naco eres tú”. Con la paráfrasis a un poema de Gustavo Adolfo Bécquer establecemos la esencia de lo naco. Naco es el otro, el diferente, el que no nos gusta... pero no sólo eso. Es el diferente, sí, pero es el que consideramos inferior.

Naco es el de mal gusto, poca cultura, escasa inteligencia. Naco es el corriente, claro, pero no tanto por elección personal, sino porque así le toco. Lo naco es algo cultural (cuando es elección personal, generalmente no será naco, sino gato, por cierto, otra expresión refinadamente clasista/racista).

Porque naco es el indio, el totonaco. No hay que ir más lejos. Luego de la mentada de madre, el peor insulto para los naturales de un país que se llena la boca con lo azteca, lo Cuauhtémoc y el extraño orgullo de pueblo conquistado, es nada menos que indio. Contra el “pinche indio” no hay defensa, no hay salida.

Entonces, si el naco es el diferente, pero de baja calidad, podemos afirmar que la televisión en su inmensa mayoría (claro, estoy hablando de la televisión abierta, no seas naco) es naca. De “La escuelita de Ortiz de Pinedo”, a las nuevas telecomedias; de los programas de chismes del espectáculo a los noticiarios. Es naco, corriente, de mal gusto, hecho al aventón, total, ellos compran cualquier cosa, se conforman con lo que sea.

Calificar como naco implica descalificar al sujeto. ¿Para qué darles margaritas a los puercos? Vamos, para qué pensar siquiera en contenidos, cuando es más fácil adaptar cualquier programa extranjero y buscarle novia un júnior de la familia Ibarra, quien se pasea por las calles defeñas en un Ferrari negro (y digo, si es no es naco, no sé qué lo sea).

Sí, porque ser naco implica no hacer esfuerzo, significa no querer más que ser una copia de algo, no sé, de Tom Cruise en versión tropical, de suspirar por los malls de San Antonio o considerar que Buenos Aires es una ciudad fea, viaje, para nada como Dallas o Miami.

Lo naco desvaloriza al que se le califica, pero devalúa al que lo hace. En Lima, Bogotá o Sao Paulo los jóvenes rechazan los colores brillantes (“son como de... indios”, me dijeron) con una expresión parecida a la que los chicos del DF tenían para la música norteña antes que Televisa la reciclara, la hiciera popular y se tocara hasta en antros de lujo.

Naco, calificar así, es una de las muchas caras del racismo. No se cura prohibiendo ni, mucho menos, con la estúpida idea de lo políticamente correcto. Se alivia haciendo consciencia, nada más... y nada menos.

lunes, 27 de julio de 2009

Sv Alteza Princesa Gato I


Gabriela Alegría, Sv Alteza Princesa Gato, es una escritora chilanga que vive en Colima. Escribe cuentos increíbles, maneja la teoría con soltura y hasta hace poco tuvo uno de los blogs más interesantes, polémicos y retadores de la red (lo que queda ahora es como uno de los muertos-vivientes).

Aquí va la primera parte de una entrevista, tal cual fue saliendo en el messenger.
--I--


tHE gOAT dice:
wey no tengo chamba ahorita y ya me aburrí ya entrevístame

The monster emerged from the morning mist dice:
por qué un blog?
muchos dicen que son el refugio de los looser, para otros, una especie de masturbación mental
aunque algunos más los consideran una forma nueva y poderosa de expresión
entonces, por qué un blog para ti?

tHE gOAT dice:
yo comencé con el mío buscando info acerca de Nachón, hace casi 6 años. entonces me topé con el blog de alfonso morcillo, La mente del asesino, y al principio no entendí muy bien de qué se trataba
con el tiempo le agarré la onda, y pues lo abrí principalmente porque siempre he vivido con la idea de que tengo cosas interesantes que ofrecer a otros y que la mejor manera, o la que mejor se me da es através de la palabra escrita

The monster emerged from the morning mist dice:
esa sería la diferencia entre un blog bueno y otro, digamos, normal, ofrecer cosas interesantes

tHE gOAT dice:
a veces era un desahogo, a veces era más como un diario, después se convirtió en una especie de diálogo con los lectores, pero este diálogo se fue viciando y al final no me gustó, y... me fui...

The monster emerged from the morning mist dice:
qué son las "cosas interesantes" que has ofrecido? interesantes para quién?

tHE gOAT dice:
pues creo que un blog bueno se caracteriza por contener cosas que pueden ser interesantes de manera universal, los blogs que son tipo diario no pegan a menos que estés dispuesto a contar cosas que nadie más contaría...

The monster emerged from the morning mist dice:
jeje, eso de "manera universal" me suena a propòsito de candidata de belleza, algo así como "la paz mundial"
en quién piensas cuándo escribes? vamos, tienes algún "lector ideal"?

tHE gOAT dice:
en mi respuesta de arriba está un poco la respuesta a tu última pregunta, posteaba cosas de literatura de teoría, eso movíaa gente que se interesa en las letras, cuando me ponía de indiscreta interesaba a los morbosos, cuando me encueraba interesaba a los calientes, había un poco de todo
pero te digo que el diálogo se fue viciando y entonces decidí cortarlo

The monster emerged from the morning mist dice:
sí, tienes razón, pero me gustaría que más que de manera conceptual, me describieras ese lector ideal

tHE gOAT dice:
pues mi lector ideal sería aquél que se interesa en las letras, quizá no para su estudio pero sí para su disfrute, alguien que no se espante y sepa diferenciar lo que es discurso y lo que es realidad, muchas veces confunden lo que leen e interpretan sin pensar que todo lo expuesto en un blog está dentro de un contexto intencional...
un poco de morbo, un poco de curiosidad
definitivamente mi blog no lo hice pensando en la media, siempre aspiré a que de llegar lectores a él, fuera gente con cierta educación, el pedo es cuando comenzó a llegar gente que en realidad no comprendía del todo el blog y se quedaban sólo en el oropel. desafortunadamente al final mi blog era sólo eso, oropel

The monster emerged from the morning mist dice:
o sea, que te ocurrió un poco de lotman en acción. al final, el resultado es diferente de lo que uno pensaba...
los lectores y su medio, aunque no nos guste, reconstruyen el texto

tHE gOAT dice:
exacto
es lo que hablabamos el otro día el texto se viste de lo que el lector le da, al fin y al cabo

The monster emerged from the morning mist dice:
a mí me impactaron muchas de las fotografías que publicaste por ejemplo sobre tu menstruación, pensé que decían mucho, pero suspuse que para algunos lectores --o la mayoría-- les iban a decir mucho de como te leen a ti, no tanto al mensaje en sí
si hicieras otro blog, qué harías diferente?

tHE gOAT dice:
creo que ya no haría otro blog
jojojojo
es que la única manera de que sea realmente tuyo es quedándose en lo privado

The monster emerged from the morning mist dice:
sí, eso, o de alguna manera, seleccionando tus audiencias

tHE gOAT dice:
eso cambiaría quizá, pero es imposible, nos gana la ansia de ser leidos, leidos en el sentido de descifrar

The monster emerged from the morning mist dice:
en cierta ocasión, la mamá de un amigo escritor le llamó para decirle: pepe, por qué te drogas? mi amigo le preguntó a su mamá que de dónde sacaba eso y ella le dijo: lo dices en uno de tus cuentos.
sí, mamá --le responde mi amigo-- y también digo que soy una vampira prostituta adolescente. por qué no me acusas de eso?

tHE gOAT dice:
jajajajaja, ves, la gente sólo lee lo que quiere, o en algunos casos lo que puede...

The monster emerged from the morning mist dice:
no te parece que a veces los lectores, sobre todo los "no entrenados" (ya sé, soy clasista y mamón) en realidad lo que buscan es un espejo para reflejarse ellos mismos?

tHE gOAT dice:
sí, eso me di cuenta muchas veces, por eso aprendí a no hacer caso de anónimos molestos, invariablemente critican lo que ellos no pueden ser o no se dan chance o bien lo que hay en ellos que les disgusta

The monster emerged from the morning mist dice:
oye, debo hacerte una pregunta obligada para esta entrevista...

tHE gOAT dice:
dime

The monster emerged from the morning mist dice:
qué onda con plaqueta? por què tanto alrededor de la autonombrada diva de la blogosfera?

tHE gOAT dice:
ps la neta me da acá que la pendeja no agarre la onda, me siento a veces con un deber moral, jajajaja, lo tiene todo, todo y no me refiero a lo que los pobres chimpancés que la siguen nunca van a tener, sino todo aquello que gente como yo y un millón más que podemos hacer lo mismo, pero no hemos tenido la chance, quisiéramos y a la pendeja se le va la vida en traumas y pendejadas, eso me saca de onda mucho, no entiendo como alguien se bajonea así, en lugar de disfrutar lo que tiene...
creo que a ella le pasó lo que a mí, sólo que ella nos se ha dado cuenta de que el vulgo ya se tragó su blog

The monster emerged from the morning mist dice:
a mí me parece que el discurso sobre los nuevos medios con sus oh! ah! maravilla! eh! es un poco como el traje nuevo del emperador. el día que tú cerraste tu blog y plaqueta tenía mil años hablando de sus boletos de metallica (y otros blogueros seguían publicando cosas como de revista) un cuate me decía que los nuevos medios eran revolucionarios...
lo son?

tHE gOAT dice:
la neta nel
porque al final llegan a la misma gente que ya desvirtuó los viejos medios
y terminan moldeándose para poder llegar

The monster emerged from the morning mist dice:
exacto, eres brillante
y en la vida real eres como en tu blog?

tHE gOAT dice:
jajaja soy peor dice éricka

The monster emerged from the morning mist dice:
jaja

tHE gOAT dice:
soy muy callada, más de lo que podrían pensar, con mis amigos soy el alma de la fiesta, y digo y hago muchas mamadas

tHE gOAT dice:
pero se me dificulta mucho hacer nuevas amistades o socializar por cumplir, no sé qué decirle a la gente


sábado, 25 de julio de 2009

No habrá paz

Tu puño atraviesa el cristal. Rompe de acuerdo con un patrón regular y predecible la hoja de ese material aparentemente sólido, pero que en realidad es un líquido súper denso.

Las astillas de vidrio no saben de física, de entropía ni de moral. Solamente están hambrientas, como traslúcidos vampiros enloquecidos por la cercanía de los tibios ríos carmesí de muñeca y antebrazo, se lanzan con sus miríadas de dientes semejantes a cuchillos con el espesor de unas cuantas moléculas y abren la carne orgullosa y viva que con su paso los liberó de su cárcel vítrea.

Uno, cien, mil cortes con intención, nada de ciego azar, devanan la piel y los músculos, seccionan nervios y tendones, hasta llegar a las palpitantes venas, a las gordas arterias, y en menos tiempo del que te lleva pensar que realmente no duele mucho, sorben, lamen, se atragantan de sangre.

Su mundo se vuelve rojo, metálico, lleno de visiones de sonrisas de niños, de carreras con perros, de lluvias y atardeceres que también alimentan —¿acaso podría ser de otra manera?— a los insaciables vampiros de vidrio que se empujan y lanzan dentelladas y gruñidos de dolor a sus congéneres que le arrebatan parte de los recuerdos y muestran sus fauces sangrientas y se revuelcan en esa vida que poco a poco deja de pertenecerte.

La sangre que arrastra esos jirones de recuerdos que son la esencia de la vida pierde impulso y el corazón da sus últimos latidos y se detiene precisamente como lo que es ahora, una bomba inútil sin nada que bombear.

Tu cerebro se alenta y alcanza a suponer que, al menos, viene la paz del olvido eterno, pero a punto de extinguirse ve cómo de entre las brumas se asoma el rostro abominable de la muerte.

Y gritas en silencio, en un último intento de negación, pues comprendes que no hay olvido eterno, ni mucho menos descanso, sino el terror insondable del infierno.

viernes, 17 de julio de 2009

Decálogo chilango

Soy chilango, hijo de chilangos y no tengo problema en serlo, ni en confesarlo. Creo que el chilango es el que vive en le Ciudad de México y que no vale la pena querer salvarse del calificativo aduciendo razones barrocas.

Sin embargo, también he tenido de viajar y conocer muchas ciudades de la República y algunas del extranjero y observar a mi propia gente con ojos de turista, por lo que con todo cariño y respeto he llegado a las siguientes conclusiones.

Hay algo claro. El mundo se divide en dos: nosotros y los demás. Por supuesto, nosotros estamos bien, somos buenos, hacemos las cosas de la manera correcta... en fin, somos la regla con la que se mide el mundo. Los demás, esos sí son el problema. No hacen las cosas bien, comen cosas asquerosas, tienen comportamientos aberrantes. ¡Quién los podrá arreglar!

Una vez establecido lo anterior, pasamos a lo que nos importa: El decálogo del verdadero chilango.

Primero. Nosotros somos el centro del universo. Fuera de México, toditito es Cuautitlán. Claro, las cosas pueden ser muy detalladas. Fuera de Satélite, de Coyoacán, de Santa Fe, de la Buenos Aires... Por supuesto, la verdadera naquez es decirlo, en voz alta, cuando salimos a provincia.
Segundo. Tirar basura. Los chilangos somos cerdísimos. Ensuciamos las calles, las casas de nuestros amigos, los baños... Por supuesto, esta naquísima conducta se acelera en provincia. Ensuciamos todo lo que podemos, entre más, mejor.
Tercero. Según un chiste, Jesús era chilango. ¿Por qué? Más de 30 años y vivía con sus papás, creía que su madre era virgen, siempre salía con sus amigos, invitaba el chupe en las fiestas, no se le conocía trabajo alguno y su mamá pensaba que su hijito era dios.
Cuarto. Al salir a provincia, el chilango utiliza camiseta sucia -preferentemente de tirantes- y carga bolsitas de plástico con sándwiches de atún, sardina o huevo.
Quinto. Nos fascinan los calcetines de vestir, tanto, que en cuanto podemos usar shorts o bermudas, los acompañamos con tenis o huaraches y, por supuesto, calcetines grises, azul marino o cafés.
Sexto. Los calcetines de vestir no se llevan con la ropa formal. Para ella, lo indicado son las calcetas blancas o las de figuritas de caricatura.
Séptimo. Como somos superiores, tenemos que hacernos notar. Para ello, nos tiramos pedos en los elevadores o gritamos ¡ya llegué! en el cine.
Octavo. Nos encanta decir groserías, guarradas, salvajadas, majaderías, coprofilias y demás en público, máxime cuando hay viejitas, parejas, niños o señores serios.
Noveno. La música se escucha a todo volumen. SI vamos en coche, el punchis-punchis debe retumbar; en el edificio, los Tucanes de Tijuana gritarán toda la noche; el walkaman debe tener audífonos tan malos que nos permitan escuchar los berridos luismigueleanos distorsionados en el metro.
Décimo. Nunca criticamos. Los chilangos de a de veras, echamos habladas, esparcimos rumores y, cuando nos confrontan, explicamos: no es cierto, mira, tal vez si dije que eras un hijo de tu reputísima, pero en realidad, lo que quería decir es que me caes muy bien.

miércoles, 15 de julio de 2009

Taxista de Caracas

Afirmar que los taxistas permiten conocer el alma de una ciudad es casi uno de esos lugares comunes que, como tal, muchas veces no nos permitimos experimentar. En el Oaxaca o en Montevideo, en Buenos Aires o en Lima, el taxista se convierte muchas veces más que en un personaje, en el personaje. Conoce los lugares públicos y secretos de las ciudades, tiene historias ocultas, nos hace partícipes de secretos y confidencias.

Estos pequeños personajes son, sin embargo, fugaces, desechables en el sentido de que apenas pagamos de buena o mala gana el servicio y nos bajamos del taxi, vuelven al olvido del que sólo en muy contadas ocasiones pueden rescatarse.

Hace tres años estuve en Caracas, Venezuela, ciudad en la que distintos tipos de taxis compiten por el pasaje. Desde las impresionantes SUVs de 50 dólares del aeropuerto internacional de Maiquetia Simón Bolívar, hasta las kamikazes motocicletas que en minutos sortean los pequeños pero casi impenetrables embotellamientos que misteriosamente aparecen de la nada en la capital venezolana, sus conductores son muy animados.


Platican de política y de béisbol (así lo pronuncian), de lo hermosa que es su ciudad o del caos en el que se ha convertido. La plática es fluida, rápida y frecuentemente se convierte en monólogo que fluye entre las calles y avenidas caraqueñas, como la de aquel conductor español que hablaba venezolano con acento peninsular, al que le gustaba el fúrbol (tal cual) y las carreras de autos y añoraba la arbolada Caracas de antaño, “una ciudad más arbolada que ahora, pero que tiraron muchos árboles para construir los nuevos edificios, como esos que se ve ahí”. Se refiere al altísimo rascacielos incendiado de las oficinas de tránsito venezolanas, rodeado de edificios de 15 o 20 pisos con sus balcones llenos de ropa oreándose, que bien podrían ser una buena alegoría del desarrollo de las capitales latinoamericanas.

Sin embargo, ninguno de esos ocasionales conductores dejó huella tan entrañable como Claudio Riccardi, italiano con 50 años en Venezuela que toda su vida trabajó en fábricas (“antes que otra cosa, soy obrero y chavista, señor, aunque a muchos les pese”) y cuya ilusión máxima había sido retirarse a la Arcadia que para él estaba en el pueblo italiano donde vivía su familia, campesinos muy pobres, pero autosuficientes. ”Lo que allí se come es fresco –contaba, con emoción apenas contenida– recién cosechado; el vino y la cerveza también se hacen ahí y las guardamos en el pozo para que estén frescas. Comemos verduras, quesos, puras cosas frescas y no esas pastas que les gustan en Roma o Napoli, no, pura comida sana…

Lo que pasó fue que yo que nací en1936 jamás me había enredado con una mujer hasta 1990 que conocí a una a la que conté mis planes y me dijo que quería compartirlos conmigo. Le dije que yo no quería hijos por mi edad. Me acompañó a Italia, pero al poco tiempo quería regresar porque extrañaba la vida de la ciudad. Además, estaba embarazada. Regresamos, compré un apartamento, la crisis económica casi terminó con mis ahorros, me enfermé de la pierna y ahora soy taxista. Me va bien, el carro es mío, pero estoy triste.

Tal vez me hubiera muerto hace años en mi pueblo, no sé si se pueda añorar lo que jamás se ha tenido, señor, pero no sabe cuánto añoro esa vida que no tuve”.

Como en una mala novela, el final de la narración llegó precisamente cuando entrábamos al estacionamiento del aeropuerto. El olor a mar entró por la ventana y se llevó los recuerdos de la utopía olorosa a tomate y albahaca. Los problemas del cambio de divisas y de trámites engorrosos y desconocidos terminaron de borrar la historia.

martes, 14 de julio de 2009

Dan Simmons y el espacio interior

Para mi hija Valentina en sus 13 meses

y para sus hermanas (Elba y Maricarmen),

¡ya tan grandes! pero tan queridas como el primer día

Autor de Hyperion, una de las sagas más impresionantes de la ciencia ficción cuyos dos primeros títulos (Hyperion y Regreso a Hyperion) son dos obras fundamentales de la literatura del siglo XX, de novelas de terror como Vampiros de mentes y de gran cantidad de obras de los más variados temas y géneros, Dan Simmons demuestra que, en realidad, su especialidad son los viajes al interior de la mente de los seres humanos, a tratar de mostrar lo más profundo de los procesos que los llevan a actuar de una forma determinada, a ser como son.

En Fases de gravedad, un astronauta que viajó en una de las últimas misiones Apolo a la Luna hace un viaje de descubrimiento personal al buscar a su hijo que ha caído bajo la influencia de un mercader de misticismo. En ese viaje, Baedecker reencuentra sus motivaciones y tiene la oportunidad de tomar decisiones éticas en torno al mundo que lo rodea. Al mismo tiempo, es testigo de la degradación de muchos de los valores inspirados en el racionalismo propiciados por un retorno a valores místicos fundamentalistas que llevan a uno de sus compañeros, por ejemplo, a hablar de un encuentro con la divinidad en su viaje a la Luna del que no habló nunca antes de convertirse en predicador.

Baedecker, el protagonista de Fases de gravedad es testigo de la manera en que se entrelazan los hechos ocurridos en la niñez de otro de sus amigos con la enfermedad y la paternidad en el momento de tomar decisiones que pueden llegar a costarle la vida, pero que si no se tomaran serían una traición en todo lo que se cree y en lo que se ha vivido.

Algunas personas han dicho que Fases de gravedad es una “novela aburrida en la que no pasa nada”. En efecto, no pasa nada si con esto queremos decir que no hay aventuras extraordinarias o cambios repentinos en la motivación de los personajes. Fases de gravedad es una novela en la que la vida discurre terca, inexorable y fatal; en la que los seres humanos se enfrentan al destino sabiendo que no lo pueden derrotar, pero que el valor de su vida lo da, precisamente, saberlo y no por eso rendirse ante lo inevitable.

La novela es un ejercicio de análisis de los sistemas de creencias que se enfrentan a una posmodernidad que nos trae integrismos, magia y horóscopos; que nos vende guerras en televisión, consumo global y escepticismo. Es una novela que basa la esperanza de la humanidad en la razón, como resume Maggie Brown, otro de los personajes, al hablar de su sistema de creencias:

Creo en la riqueza y el misterio

del universo; no creo

en lo sobrenatural.


En suma, podemos decir que Fases de gravedad no es una novela para todos, ni para consumos masivos. Es una obra de reflexión para quienes se interesen profundamente en el espacio insondable constituido por el interior de cada uno de nosotros.

martes, 7 de julio de 2009

El Imparcial, un experimento limitado en la implantaciòn de nuevo periodismo en Oaxaca




El reportero de El Imparcial debe plasmar, retratar, NO juzgar. No debemos permitir que nuestros gustos o disgustos influyan en la redacción de una nota. (del Manual de Estilo, AGP).



Podemos empezar con una declaraciòn: el nuevo periodismo, mucho más que un estilo o un conjunto de normas, es una forma de ver la vida, de recrear la realidad.

"I don't get any satisfaction out of the old traditional journalist's view”, aseguraba Hunter S. Thompson; es tratar de sacudir a las personas, meterlas en la historia de la que nunca debieron haber salido.

Para Tom Wolfe, el periodista debía:

  • Telling the story using scenes rather than historical narrative as much as possible

  • Dialogue in full (Conversational speech rather than quotations and statements)

  • Point-of-view (present every scene through the eyes of a particular character)

  • Recording everyday details such as behavior, possessions, friends and family (which indicate the "status life" of the character)

Cuando se presentó la oportunidad de ir a Oaxaca a dar un curso en El Imparcial “un curso para enseñar a redactar a los reporteros, profe, que están muy mal, de veras muy mal… ah, y que no sea muy caro” desde un principio planteé la posibilidad de ir un poco más allá.

Por qué no sólo tratamos de que escriban mejor, sino vemos si es posible que hagan un periodismo màs moderno”, le propuse y ella estuvo de acuerdo, luego de comentarlo con el dueño del periòdico.

Ese primer curso generó muchas expectativas, sobre todo entre los reporteros jòvenes y los editores, al grado que se pudo proponer la elaboración de un nuevo Manual de Estilo.

Una vez más, la situación económica y meses de negociaciones llevaron a una segunda visita al periódico, en esta ocasión, para desarrollar e implementar el Manual e impartir un nuevo curso, en esta ocasión, de algo que se llamó “crónica”, pero que en realidad fue una inmersión apresurada e incompleta en el nuevo periodismo.

Periodismo viejo

A pesar de ser un periódico líder en la entidad, El Imparcial sufre algunos problemas, que el director del diario resume en; “estamos haciendo el mismo periodismo que hace 30, 40 años”.

El subdirector del diario, opina lo mismo: “me parece que muchas veces estamos en los años 40 o 50, haciendo un periodiquito sin importancia y no el mejor diario de Oaxaca”.

Esto es autocrítica real, porque el periódico es el mejor de la ciudad, sin duda alguna.



Ante esta problemática, el periódico decidió tomar algunas medidas para resolver el problema. Por una parte, se profesionalizó una parte de le redacción mediante la contratación de un subdirector editorial con experiencia periodística y estudios profesionales en México y España.

Guerra de sexos

Además, se contrataron nuevos editores de las secciones para que cubrieran el siguiente perfil:



  • Experiencia profesional sólida.

  • Estudios universitarios, preferentemente en periodismo

  • Liderazgo y don de mando.



En un estado tan machista como Oaxaca resultó que la mayoría de las personas con este perfil son mujeres (cabe destacar que las hermanas del director ocupan puestos importantes en el diario y consideran que las mujeres trabajan mejor que los hombres)

Se aumentaron los sueldos de editores y directores y se destinaron recursos financieros y económicos a la redacción en forma de computadoras, instalaciones iluminadas y funcionales.

Recientemente se empezó a impartir cursos a editores y reporteros. Los cursos que se han impartido en El Imparcial hasta el momento comprenden:



  • Redacción periodística

  • Ortografía

  • Géneros periodísticos

  • Crónica y nota de color

Por el nuevo periodismo

En los cursos se hizo énfasis en:

  • Necesidad de contar historias

  • Acercarse a la gente y darle voz

  • Investigar adecuadamente

  • Desconfiar de la fuente oficial

Empezar a favorecer géneros periodísticos más largos que la nota, como la entrevista, el reportaje y la crónica

Al mismo tiempo, y como resultado de la inquietud mostrada por algunos periodistas, sobre todo los más jóvenes, se desaconsejaron algunas prácticas recurrentes en el periodismo oaxaqueño tales como:

  • Inclusión de detalles no vitales, pero comprometedores para la integridad de los afectados

  • Inclusión de nombres completos y direcciones de afectados por accidentes o crímenes

  • Calificaciones viciosas antes de juicio



Además, se desarrollo un Manual de Estilo para el periódico, donde se hace énfasis en las cualidades antes descritas.

No le llamamos “nuevo periodismo”; de hecho, no lo calificamos de ninguna forma más que profesionalización. Sin embargo, es indudable que en estilos, contenidos y esencia, estamos hablando de una aplicación del nuevo periodismo en un medio mexicano.

¿Logros?

Hasta el momento no podemos hablar de logros concretos, tanto referentes a aceptación de los lectores de esta forma de hacer periodismo o aumento de ventas. Sin embargo, sí podemos hablar de logros en el nivel del ejercicio periodístico del periódico.

En un lapso menor a dos meses, en un contexto donde prácticamente no se publicaban notas de este tipo, los siguientes editores y reporteros lo han hecho:

  • Carolina Espino

  • José Luis Pérez

  • Jazmín Ortega

  • Perla Salinas

  • Yadira Sosa

  • Samuel Gómez

  • Mireya Cruz

Los temas tocados van desde la perspectiva de una persona secuestrado casi dos meses, hasta un viaje en autobús a Monte Albán; de festividades religiosas totalmente oaxaqueñas, a la presentación de la cantante grupera Jenny Rivera en El Tule. No hay ya tema que no se pueda abordar, algo que ocurría anteriormente, pues los reporteros pensaban que no eran tópicos “demasiado serios”.

Otros reporteros, como José Hannan Robles, Luis Daney Carrasco y Luis Meixueiro han empezado a incluir en sus notas, de manera consistente, relatos en primera persona de los involucrados, descripciones de ambiente y atmósfera, y versiones alternativas de los hechos.

Sin embargo, este experimento ha encontrado la fuerte oposición de reporteros viejos (generalmente formados en el oficio, sin mayores estudios), quienes consideran que esas cosas “nomás son perder el tiempo”, “inventos de chilangos que no tienen qué hacer” o “cosas de las señoras (como les llaman a las editoras) que no saben periodismo”.

Del mismo modo, se empezó a publicar la columna periodística “Con ojos de turista”, donde el periodista pretende usar un estilo incisivo, directo, en primera persona, para denunciar situaciones tanto de la vida oaxaqueña como de las relaciones entre los diversos grupos que conforman nuestro país. Muchos de los reporteros, sobre todo de los viejos en el periódico, critican la columna y no consideran que eso sea periodismo.