Preparo, redacto y leo esta breve ponencia en homenaje a Ocatvio Paz y a José Vasconcelos precisamente en medio de una crisis personal estremecedora.
Sé que algunos pensarán que abuso de la audiencia por decirlo, pero mi hermano Guillermo, un hombre joven y bueno, agoniza víctima del cáncer mientras que mis padres ancianos y enfermos, malgastan sus energías menguantes tratando de comprender el sinsentido de que un hijo pierda la vida.
Ante esta tragedia, les aseguro, paciente auditorio, que estuve a punto de cancelar mi participación en este coloquio. Sin embargo, decidé no hacerlo porque, de maneras directas e indirectas, yo debo lo que soy, mi comprensión del mundo y mi sensibilidad a intelectuales como Vasconcelos y Paz.
Mis papás nos criaron en un mundo de letras, de pensamientos, de ideas. Desde muy pequeños aprendimos de las largas discusiones que sostenían mi papá --vasconcelista aferrado--, mi mamá --escéptica fervorosa-- y mi abuelo --antivasconcelista recalcitrante-- que se puede estar en desacuerdo sin que esto implique una pelea. Muchos años más tarde pude ser testigo de una historia similar cuando escuchaba al académico Tarcisio Herrera discutir sobre la supuesta mala fe de Octavio Paz en torno a Sor Juana y que la amistad de mi padre con él se mantuviera.
Estoy seguro que mucho más allá de sus ideas, brillantes en muchos casos, turbadoras en otros y dicutibles en algunos, el valor de Paz y Vasconcelos para la cultura mexicana es su pasiòn, su creencia en el poder de los libros, de las ideas, de la educación.
Cuando a Vasconcelos se le censuraba que se pusieran libros al alcance de las personas “porque se los iban a robar”, el filósofo aseguraba que era dinero bien invertido y que no se trataba de un robo, sino de una oportunidad para llevar conocimiento al pueblo.
Paz, a pesar del canto de las sirenas de los medios masivos, se mantuvo fiel a su esencia en la publicaciòn de libros, revistas y todo tipo de material escrito. Ambos combatieron, con gran éxito, la creencia generalizada de que la inteligencia es peligrosa o, al menos, rara, que el mundo es mejor cuando no piensa.
Alguna vez, otro escritor, Isaac Asimov reflexionó sobre la manera en que novelistas y cuentistas de ciencia-ficción abordan la inteligencia. El escritor lamentaba que personas evidentemente inteligentes opinaran en sus obras que esta cualidad es peligrosa o, al menos, sospechosa.
Veámoslo, si no, en los estereotipos. Los genios son distraídos, sucios, dispersos. Hacen descubrimientos por casualidad y, generalmente, son inútiles; además, contradiciendo a la genética, nunca pueden encontrar pareja, son amargados y escuchan música clásica (o, más recientemente, rock alternativo). Aunque a veces el escenario es todavía peor: los inteligentes son malévolos, destructores, inhumanos incluso.
La sociedad mexicana se regodea con estos prejuicios, califica a los intelectuales de todo lo que se les ocurra: raros, antimexicanos, peligros para la juventud, dolores de cabeza. Ya en su tiempo, José Vasconcelos combatió estos estereotipos al declarar: "La cultura engendra progreso y sin ella no cabe exigir de los pueblos ninguna conducta moral."
En la vida real (o cotidiana, mejor dicho), tampoco vemos muy bien que digamos a la gente inteligente. Nerds, freaks, matados, ñoños... los epítetos son infinitos, ridículos y, muchas veces, insultantes. Y por si fuera poco, ni siquiera los maestros, padres de familia o estudiantes universitarios graduados nos libramos de hacerlo. Por el contrario, muchos de nosotros nos hacemos cómplices de la mediocridad y la estulticia al humillar a los inteligentes, a los estudiosos, a los inquisitivos.
Cultivamos mitos peligrosos y perversos como aquél de que lo que importa es aprender, no las calificaciones, y así mantenemos generaciones enteras de estudiantes de 7.5. Salvo casos excepcionales, como Bill Gates o Albert Einstein, la inmensa mayoría de las personas que tienen antecedentes universitarios y tienen algún éxito fueron estudiantes de, al menos, 8 de calificación y todos realmente se dedicaron a lo que les interesaba, fueron creativos y estudiaron. Mucho, además.
Por otro lado, pocos han pensado que la inteligencia es realmente sexy. Nada mejor que tener como pareja a alguien con quien se pueda platicar, discutir, intercambiar puntos de vista; una pareja con las que las peleas sean verdaderos intercambios, no simples discusiones absurdas y estériles. Y lo mismo puede decirse de la amistad. Si no puedes platicar con tus amigos, enriquecerte con ellos, ¿para qué los quieres?
Yo sostengo, y estoy seguro que Octavio Paz, para quien Las masas humanas más peligrosas son aquellas en cuyas venas ha sido inyectado el veneno del miedo…. del miedo al cambio”, que mucho de este miedo a la inteligencia proviene y lo fortalecen, precisamente, quienes no quieren que cambien las cosas porque sacan provecho de ellas como están.
Como les compartía antes, este es un momento de crisis personal y en un supremo acto de egolatría quisiera que fuese un momento de crisis para todos, un momento donde nos diéramos cuenta que en México hemos tenido la gente, los pensadores y los modelos, que los mexicanos podemos, debemos, ver lo grande que ha dado nuestro pueblo, y empezar a valorar nuevamente la inteligencia, la cultura, el libro.
3 comentarios:
ay que hueva, esta bieeen largo el post y es de cultura, me da flojera lerrrlo
TATA!!! QUE GUSTO PODER SABER DE NUEVO DE ASTE´, LE MANDO UN ABRAZO Y ESPERO PODAMOS COMPARTIR UNAS BEBIDAS ALCOHOLICAS EN ALGUN MOMENTO
a mi no me dio hueva, al contrario, me encanto. estoy de acuerdo contigo, y con paz y con vasconcelos.
te quiero.
A mis 31 no me queda más remedio que ser un ñoño!!!
La escuela me cuesta mucho mano!!!
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