domingo, 28 de noviembre de 2010

Carretera

Otra vez demasiado rápido por la carretera, otra vez, la música demasiado fuerte. Metallica, Pesado, Rolling Stones, Interpol, La Cuca, Horóscopos de Durango, Boccherini, Seether —mucho Seether—, aunque en realidad, casi lo que sea, mientras sea fuerte, mientras grite y rompa madres y le miente la madre al mundo y se burle de la vida perfecta. Rápido, cada vez más rápido. La carretera es eterna, el sol quema, calienta el metal del stratus —viejo, pero con buen motor—. Lo único que quiero es escaparme, que los perros no puedan morderme los tobillos, que se acallen las voces que susurran verdades dentro de mi cabeza, que me muerden las orejas. No quiero ver esos rostros sonrientes con los dientes blancos y brillantes desde que descubrieron que la mierda y la sangre se lavan. No quiero verlos, ya no más. Sigo corriendo hacia específicamente ningún lado, sigo reventándome los oídos con ojaláquetemuerasfuckit, con iseeareddoorandiwantitpaintedblackobsesión, con todo lo que salga del reproductor con listas preparadas sin saber para cuando llega el momento de huir. Me duelen los huesos, me duele el alma, me duelen las nalgas, me duele el pensamiento. No puedo respirar, el viento se agolpa en mi nariz y no alcanza a pasar a los pulmones, pero no importa, porque sigo corriendo aunque los perros no queden atrás, aunque las voces me sigan susurrando por los huecos que quedan entre my love’s laboratory y a chillar a otra parte y se ríen de mí, me dicen que soy un imbécil, que nunca aprendo, que siempre siempre siempre siempre voy a hacer las cosas mal, a equivocarme. Lo único que queda es seguir corriendo hasta que acabe el camino. Pues ya qué.