I
“Es una caída muy larga” –dijo Gato Negro al tiempo que estiraba su largo cuerpo para recibir mejor los rayos del sol que pintaban de amarillo las nubes donde estaba construida la Ciudad del Aire. “No más que otras”, --aseguró Gato Listado, quien metódicamente limpiaba las uñas de sus manos con un estilete.
“Fácil o difícil tenemos que hacerlo –opinó Gato Blanco--. No podemos seguir mucho más tiempo aquí”. Y eso era verdad, no podían. Persona K, la soberana de Ciudad del Aire, simplemente no soportaba a la gente gato. “Los detesto, me dan miedo, me dan asco, no sé por qué tienen que vivir aquí”, aseguraba a quien quisiera escucharla y, las más de las veces, a todo mundo, pues los privilegios del poder cuasi absoluto son muchos, entre los que se cuenta la obligación de que la gente ordinaria deba escuchar a sus reyes, emperadores y demás mandatarios.
“El problema es el maldito Perro Alfa Nico, desde que es consejero de la emperatriz K nuestra vida se ha hecho más difícil. Como todos los perros, nos odia por ser gatos”, siseó feroz Gato Blanco y sus ojos amarillos brillaron con una luz muy cercana al fuego.
“No, no estoy tan seguro de ello”, --opinó Gato Listado. “En realidad, Persona K siempre ha sido malvada, siempre ha odiado a todos los animales-gente. Ahora nos toca a los gatos, después será a los perros… recuerden lo que pasó con la gente vaca y la gente zorro”. Los tres gatos se estremecieron al recordar las largas filas de vacas de todas las edades subiendo a los barcos voladores que se alejaron hacia el norte, hacia las tierras de los comerciantes de carne y nunca se volvió a saber de ellos.
“Al menos, la gente zorra pudo defenderse” –recordó Gato Negro. “Pues si defenderse significa usar ridículos escudos de madera y espadas contra cañones y fuego de dragón, sí se defendieron”, apuntó irónico Gato Listado. “Recuerden, los mandaron a la guerra contra los ogros y tampoco se supo nada más de ellas”.
“La culpa la tienen las H*A*D*A*S. Desde que aparecieron por aquí no han hecho más que arruinar la vida de todos”, susurró nervioso Gato Listado. Los otros dos compañeros buscaron con sus penetrantes ojos la presencia luminosa de algún Hipotético Algoritmo Desarrollador de Acciones Siniestras, y respiraron tranquilos cuando confirmaron que no había nada cerca. Sin embargo, emitieron olores de advertencia que decían claramente que no se debía mencionar a las H*A*D*A*S, que es mejor ignorarlas, aunque todos estuvieran de acuerdo en que ellas eran las culpables.
O más precisamente, las culpables no eran ellas, sino las brujas que las soltaron en las ciudades voladoras con el pretexto que eran un regalo para celebrar la paz después de 300 años de guerras.
“Pues si vamos a saltar, hay que hacerlo ya”, expresó Gato Listado. “Sí, no tardan en llegar las tropas para atraparnos”, aseguraron al unísono los otros dos gatos.
Hicieron los últimos ajustes a sus altímetros, aseguraron las correas con sus equipos y sigilosamente subieron a la muralla que en ese momento sabrían que estaba desierta. La gente perro no era muy buen guardián de día, preferían dormir y dejar que el sol del mediodía calentara sus cuerpos siempre con frío, siempre recordando las estepas de donde habían surgido.
Diez mil metros no es un salto pequeño, ni siquiera para la Gente Gato, pero no quedaba alternativa. Silenciosos, como es la característica de todo su pueblo, se prepararon. Cada uno de ellos imploró a la Madre de Todos los Gatos, la deidad tutelar desde que cazaban ratas en las cuevas, que les permitiera ver el siguiente día. Abrieron bien los ojos y se lanzaron al vacío.
1 comentario:
¡Me encantó, pa!
¡Quiero seguir leyéndolo!
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