Soy chilango, hijo de chilangos y no tengo problema en serlo, ni en confesarlo. Creo que el chilango es el que vive en le Ciudad de México y que no vale la pena querer salvarse del calificativo aduciendo razones barrocas.
Sin embargo, también he tenido de viajar y conocer muchas ciudades de la República y algunas del extranjero y observar a mi propia gente con ojos de turista, por lo que con todo cariño y respeto he llegado a las siguientes conclusiones.
Hay algo claro. El mundo se divide en dos: nosotros y los demás. Por supuesto, nosotros estamos bien, somos buenos, hacemos las cosas de la manera correcta... en fin, somos la regla con la que se mide el mundo. Los demás, esos sí son el problema. No hacen las cosas bien, comen cosas asquerosas, tienen comportamientos aberrantes. ¡Quién los podrá arreglar!
Una vez establecido lo anterior, pasamos a lo que nos importa: El decálogo del verdadero chilango.
Primero. Nosotros somos el centro del universo. Fuera de México, toditito es Cuautitlán. Claro, las cosas pueden ser muy detalladas. Fuera de Satélite, de Coyoacán, de Santa Fe, de la Buenos Aires... Por supuesto, la verdadera naquez es decirlo, en voz alta, cuando salimos a provincia.
Segundo. Tirar basura. Los chilangos somos cerdísimos. Ensuciamos las calles, las casas de nuestros amigos, los baños... Por supuesto, esta naquísima conducta se acelera en provincia. Ensuciamos todo lo que podemos, entre más, mejor.
Tercero. Según un chiste, Jesús era chilango. ¿Por qué? Más de 30 años y vivía con sus papás, creía que su madre era virgen, siempre salía con sus amigos, invitaba el chupe en las fiestas, no se le conocía trabajo alguno y su mamá pensaba que su hijito era dios.
Cuarto. Al salir a provincia, el chilango utiliza camiseta sucia -preferentemente de tirantes- y carga bolsitas de plástico con sándwiches de atún, sardina o huevo.
Quinto. Nos fascinan los calcetines de vestir, tanto, que en cuanto podemos usar shorts o bermudas, los acompañamos con tenis o huaraches y, por supuesto, calcetines grises, azul marino o cafés.
Sexto. Los calcetines de vestir no se llevan con la ropa formal. Para ella, lo indicado son las calcetas blancas o las de figuritas de caricatura.
Séptimo. Como somos superiores, tenemos que hacernos notar. Para ello, nos tiramos pedos en los elevadores o gritamos ¡ya llegué! en el cine.
Octavo. Nos encanta decir groserías, guarradas, salvajadas, majaderías, coprofilias y demás en público, máxime cuando hay viejitas, parejas, niños o señores serios.
Noveno. La música se escucha a todo volumen. SI vamos en coche, el punchis-punchis debe retumbar; en el edificio, los Tucanes de Tijuana gritarán toda la noche; el walkaman debe tener audífonos tan malos que nos permitan escuchar los berridos luismigueleanos distorsionados en el metro.
Décimo. Nunca criticamos. Los chilangos de a de veras, echamos habladas, esparcimos rumores y, cuando nos confrontan, explicamos: no es cierto, mira, tal vez si dije que eras un hijo de tu reputísima, pero en realidad, lo que quería decir es que me caes muy bien.
2 comentarios:
gabriel:
pero a ver,
¿acaso no conlleva alguna distinción el ser deefeño?
saludos
josénoé
p.d.estoy esperando tu tan anunciada entrevista con sv alteza gato. ¿para cuándo?
Me siento identificado, de verdad, aun con que tu sabes que mis raices son de pueblo
Creo que lo que mas sigo como buen chilango son las normas de etiqueta, esas siempre me han hecho ver retelegante, no crees tata?
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