El
pequeño lagarto lleno de escamas de incontables tonos de verde se despereza
lentamente. Estira las patitas como si hiciera un recuento de cada uno de sus
deditos y de la punta de su cola. Da vueltas sobre sí mismo como la serpiente
que casi es y me mira con sus ojitos redondos e inexpresivos. Yo lo cuido desde
hace mucho y veo que no le falte agua, seguridad ni las moscas gordas
tornasoladas que le encantan, así que creo que me quiere, o que, al menos, me
reconoce.
El
pequeño lagarto salta y me atrapa el pulgar, que muerde con gran fuerza. Sus
dientes, blanquísimos y puntiagudos, llegan hasta el hueso o así me lo parece.
Tan de improviso como el ataque, abre las fauces de dinosaurio pequeño y se
enrosca para volver a dormir, lleno del sabor a óxido de la sangre. Pienso en
deshacerme de él; no sé, matarlo, regalarlo, venderlo, tirarlo por el excusado
para que se convierta en un legendario Godzilla, pero me enternece su
perfección y su belleza. Lo dejo dormir. Sé que no tiene conciencia del daño en
el sentido de que no le importa lo que yo, o cualquier otro, pueda sentir. Hace
lo que se le ocurre en el momento, nomás porque sí. Su carencia de empatía, tan
primitiva y salvaje, es uno más de sus atractivos.
El
pequeño lagarto es hermoso; el pequeño lagarto es letal. Cuando me distraigo,
se mete bajo la piel de la palma de mi mano y empuja hacia arriba. Su paso es
casi indoloro porque deja una baba de hielo y menta que adormece los músculos.
El animalito empuja morosamente hasta llegar a un lado de mi corazón, que
mordisquea distraído. Las heridas se congelan y no sangran. Mi corazón se
enfría y late cada vez más lentamente.
No
puedo llorar, no puedo hablar; solo puedo morir, y lo hago en silencio, con
frío, sin llamar la atención de nadie.
2 comentarios:
Me encanto, que delicia leerte.
Abrazote y buena vibra.
lo único que le falta al que yo tengo es morderme, gracias por la advertencia jijijijijij
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