miércoles, 15 de octubre de 2025

Los juegos de Lily

Hay muchas nubes bajando por las montañas. Con suerte, y solo necesito un poquito, vendrá una tormenta de esas magníficas, ruidosas, con rayos y truenos que asustan a los más pusilánimes, pero no a mí. A mí no me asustan las tormentas, por el contrario, las espero con ansia. Por eso vine a vivir a esta colonia tan alejada de todo, pero cercana al bosque y a la sierra.

Empiezan a caer las primeras gotas, grandes y robustas, y en pocos minutos se desata el pandemonio. Los truenos se suceden casi ininterrumpidamente, las gotas golpean con fuerza el techo de lámina y las paredes y no permiten que se escuche nada más.

La tormenta arrecia y yo me adormezco. Sé que no debiera hacerlo, pero el cansancio es demasiado y me voy quedando dormido…

Ji ji ji ji, ji ji ji ji ji. Me despierta una risa suave, como de niña pequeña, pero que tiene un regusto a hierro oxidado. Ji ji ji ji ji. ¡No puede ser! La tormenta cesó y ahora solo cae una lluvia muy suave, que tal vez en otro momento, o en otra vida, podría calificar de gentil.

Ji ji ji ji (no te me escaparás, vengo por ti). Ji ji ji ji ji (aunque te escondas, ya te vi). La risita y la vocecita que no escucho con los oídos, sino que se instala en el centro de mi cerebro con la frialdad del hielo y el dolor de mil cuchillos, me ha alcanzado de nuevo.

No quiero abrir los ojos. Sé que no la veré, pero de todas maneras su imagen está en mi mente. Una cara de porcelana con ojos redondos, muy grandes, de un azul imposible; mejillas rojas; pelo natural que ahora se va desgastando como la paja vieja; manos como de bebé muerto y unos dientes afilados, de madre perla, con manchas que no pueden ser de otra cosa más que de sangre.

Lily es (o era, ya no sé) una muñeca bávara que compré en un impulso en un puesto de antigüedades callejero de Saltillo, Coahuila. Ese tipo de muñecas del siglo XIX y principios del XX, con sus vestidos de seda llenos de holanes y sus caras impávidas nunca me han gustado, pero supuse que la muñeca sería del agrado de Renata, con quien salía en esa época.

El vendedor, un viejo casi centenario me dijo que se llamaba Lily y que solo la llevara si estaba seguro de que la iba a cuidar. Pensé que se trataba de una artimaña para turistas, así que no hice mucho caso, pagué lo que me pedían y me la llevé. En el hotel la metí al fondo de mi maleta y prácticamente me olvidé de ella hasta que regresé a la Ciudad de México.

Renata y Lily se odiaron desde el primer momento. En una ocasión, Renata me dijo que la muñeca la había mordido. Por supuesto, no le creí y le di una explicación autosuficiente de que seguramente se había lastimado con algo.

Algunas noches después comencé a escuchar las risas durante la noche, particularmente cuando llovía suavemente. Ji ji ji ji ji (solo te quiero a ti). Ji ji ji ji ji (eres totalmente para mí). Renata también escuchaba las risas, pero el significado que ella percibía era mucho más oscuro; para ella, era jo jo jo jo (la muerte la entrego yo). Jo jo jo jo jo (tu vida ya terminó).

Así, hasta que una noche que llegué más temprano a la casa (por cierto, llovía con suavidad) y al abrir la puerta vi a Lily mordiendo el cuello de Renata. La sangre le salpicaba la cara y manchaba sus imposibles ojos azules. Recuerdo que golpeé con fuerza a la muñeca y pude meterla en un costal, mientras escuchaba su ji ji ji ji (no digas que no te lo advertí).

Renata estaba muy lastimada. La llevé al hospital, donde me detuvieron por presunta violencia doméstica. Cuando la curaron, Renata desapareció y a mí me soltaron por la providencial “falta de pruebas” y porque di cinco mil pesos “para trámites”.

Regresé a la casa. Esa noche se había desatado una tormenta en forma, con relámpagos, truenos y el golpeteo del granizo. Me asombró ver a Lily en completo silencio, con los ojos cerrados. Pensé que tal vez le tenía miedo a la lluvia y, aunque no lo crean, me dio lástima.

Hice una maleta con lo más elemental y me fui de la casa. Durante los primeros días las tormentas se sucedieron todas las noches, como ocurre en la Ciudad de México. Busqué dónde ocultarme y en un viejo manual sobre muñecas embrujadas leí que cerca del bosque podría ser una buena opción.

Así llegué a este lugar donde había vivido en calma durante tres meses, hasta que el otro día, uno de lluvia suave, escuché el ji ji j ji ji (¿quién crees que vino a ti?). Estaba cortando unos limones y me rebané un dedo por el sobresalto de escuchar la vocecita. En el centro de salud me suturaron y me vieron con cara de “pobre idiota”.

Ji ji ji ji ji (jamás escaparás de mí), escuché durante varias noches. Ji ji ji ji ji (cada vez estoy más cerca de ti). Afortunadamente empezaron las tormentas.

Hasta esta noche. Sé que Lily está cerca y que sus dientes están más afilados que nunca. Ji ji ji ji ji. Su risa eriza los vellos de mi cuello. Ji ji ji ji ji. Siento sus dientes que me van robando la vida…

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