miércoles, 2 de noviembre de 2011

Entregas XX y XXI de H*A*D*A*S

H*A*D*A*S XX




El legado de Negro

Negro estaba muerto, de eso no había duda. Los Gato restantes sabían que si sobrevivía al menos uno de ellos, ese se encargaría de que el nombre del muerto se recordara para siempre, mientras hubiera un Gato, se sabría que Negro había estado en poder de las brujas, pero que su extraordinaria fuerza de voluntad le había permitido vencer el control de miles de H*A*D*A*S que habían contaminado su cerebro y sus sistema nervioso, que se habían adueñado de su voluntad.

Incluso los Perro estaban maravillados, no eran inmunes ante ese portento y aullaron hacia las lunas dobles para jurar que Negro sería vengado. En la muy larga historia de ambas razas no era la primera ocasión que se hacía una promesa de este tipo, pero tampoco era algo demasiado comùn.



H*A*D*A*S XXI

Nuevo interludio

Hoy lloré toda la noche. Amanecí con los ojos hinchados y las mejillas pegagosas. Me lavé la cara con agua fría y me unté mucha grasa y arena para estar seco. Seguramente estuve soñando con algo que, por fortuna, no recuerdo. Dicen los magos que no es bueno llorar dormido, pero difícilmente es algo que se puede evitar. Me vestí con los ropajes adecuados para recibir a la chusma de las infrarrazas en el día de dignatarios y visitantes extranjeros y me preparé para fingir que los escucho.

Mi asistente me habló de una delegación de Gato y Perro que desean hablar conmigo para negociar los derechos de paso por mi marca.

Le pregunté al siervo, malhumorado como debo dirigirme a mis inferiores en mi investidura de señor de la frontera, si estaba seguro de que se trataba de una delegación mixta, que si no se trataría de dos grupos.

Con terror en sus ridículos ojos acuosos, pero voz firme, me aseguró que era una sola: “son varios Perro y dos Gato; el jefe es, aparentemente, uno de los Gato”. Por un momento pensé en matar al sirviente nada más por el gusto de hacerlo y para ocultar mi momentánea turbación, pero solo pensar en que su reemplazo sabría todavía menos que él de los asuntos del día me hizo perdonarle la vida.

De todas maneras, disparé mi escopeta ceremonial cargada de perdigones envenenados, aunque me olvidé convenientemente de hacerlo hacia la galería. Diez, tal vez doce señores de infrarrazas fueron alcanzados. Por supuesto, nadie los retiró y cuando por fin murieron, los magos se acercaron a ver si encontraban algún aviso en las manchas de sangre y las entrañas desgarradas. No encontraron nada importante, por lo que los sirvientes aventaron los cadáveres por la ventana, para alimento de los cerdos reales.

Pensar en eso me abrió el apetito y pedí el desayuno. Chuleta ahumada de esos cerdos, por supuesto, y sidra tibia. Los cerdos alimentados con carne de mamíferos pensantes es insuperable.

Dejé entrar a los forasteros. No me gustan los Gato ni los Perro, y menos me gustaron estos, pero les escuché pacientemente, recibí sus ridículos presentes y los dejé seguir.

Subí al observatorio y los vi caminar hasta que se perdieron en la bruma. Ni siquiera a mí me gusta el lugar al que van. De todas maneras, los magos pasaron a las brujas toda la información que pudieron recabar y mucha más que, seguramente, inventaron.

Los lagartos, sobre todo los que lloramos por las noches, realmente somos creaturas muy imaginativas.

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