martes, 6 de septiembre de 2016

Un burócrata sueña

Desear poder forzar su cuello para destrozar con los propios dientes su garganta. Por más que se esfuerza es imposible, pero el deseo de hacerlo permanece y alimenta las fuerzas para intentarlo. Corre por el bosque rompiendo el pecho de los carneros, quebrando el espinazo de las vacas, dejando sin cabeza a los guardabosques; no hay límite para el daño que pueda hacer, siempre que no sea contra sí mismo. Así, la promesa de la luna llena es basura, no tiene sentido tanta fuerza, tanta furia, si no puede voltearse contra su origen.

Corre por el bosque y lo riega con sangre; llena los pinos de pedacitos destrozados de carne y hueso. Su aullido provoca abortos en pueblos lejanos y, dicen, el nacimiento de terneras con dos cabezas y seis patas. Con una zancada cruza torrentes y barrancas, pero su búsqueda es inútil porque su objetivo es inalcanzable. Corre toda la noche, y la noche siguiente, hasta que la luna deja de ser una perla grande y maligna en el cielo.


Entonces despierta. Adolorido y sediento, un burócrata que se quedó dormido en su coche al lado de la carretera. Amargado, harto de su rutina, escapa de vez en cuando para imaginar mundos diferentes. Lo único que le molesta es ese olor a hierro oxidado que queda en su cuerpo y el sabor a sangre que tarda muchos cafés, muchos cigarros y mucho enjuague en desaparecer de su boca.

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