miércoles, 1 de junio de 2016

No existo

La veo mientras platica. Miro como mueve los ojos, como señala con las manos, la forma en que sus labios se fruncen para pronunciar las “o”; creo que es bella, sé que es inteligente. La veo, pero ella no puede verme. En realidad, nadie puede verme. Floto por los lugares más ligero que la brisa, casi completamente incorpóreo.

Para fines prácticos no existo.

Solo estoy en el tiempo viendo pasar la vida. El mundo que da vueltas, la gente que tal vez en alguna otra realidad pude haber querido, u odiado. Soy invisible e inasible, pero lo miro todo, lo pienso todo.

Solamente soy inexistencia.

Me alimento de los restos de pensamientos que la gente va dejando a su paso por la vida, de pequeños desperdicios de sentimientos, de planes e ilusiones que casi siempre terminan por olvidarse, languidecer y convertirse en polvo.

No existo desde hace milenios.

Otra vez la miro. Su sonrisa es especial, única. Aunque no sea feliz, busca esa felicidad que solamente conocen algunos perros bobos que persiguen las moscas a mordidas mientras se aburren las tardes soleadas. Al igual que esos perros, ella quiere ser feliz porque existe, y ese es el único secreto. Ella no lo sabe, aunque tal vez lo intuya.

Tampoco sabe que no existo.

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