jueves, 9 de abril de 2015

Perros

Los perros se revuelven en sus sueños extraños, poblados por no sé qué temores y regalos. Duermen inquietos. Uno de ellos se levanta a gruñirle al viento, a ladrarle a la oscuridad, a olisquear su propio rastro, toma agua y vuelve a echarse; se enrosca y siguen soñando, pero su trajín despertó a la perra vieja, que enseña los dientes como casi nunca y deja que escuchemos un gruñido profundo que más que del pecho sale del fondo de su herencia genética y busca provocar el miedo de cuando no éramos amigos, aunque pronto vuelve a dormirse, con el hocico enterrado en el pecho, aunque con los pelos del pescuezo aún erizados.
Los perros son sabios idiotas. Conocen el futuro, pero no entienden el presente. La vida es esperar lo que no saben que vendrá. Por eso tienen fama de místicos, cuando en realidad solo son desorientados y frágiles criaturas que gimen cuando hace frío, cuando llueve o cuando están solos.
Miro al horizonte en una noche tan oscura y nublada que bien podría decir que miro la nada. Tal vez, si estuviera dormido, me enroscaría y gruñiría como hacen mis perros, pero no quiero dormir, prefiero escuchar el latido de mi corazón y las mareas de sangre que rítmicamente inundan mi cerebro. Prefiero sentir el frío que viene de dentro mientras viajo por las estrellas y los átomos en busca de no sé qué que me hace falta.
Los perros se despiertan y ladran enloquecidos a un gato que se asomó por la ventana. Les grito que se callen, que si no ven que el gato se burla de ellos; les pido que no sean tontos. Ellos me miran como si me entendieran, con esos ojos compasivos y brillantes que tienen los perros, y siguen ladrando al olor del gato, a ellos mismos. Creo que los perros se ríen de mí cuando ladran así, porque voltean a verme, se hacen los apenados y, apenas me distraigo, vuelven a ladrar enloquecidos.
Ladran tanto que me sangran los oídos y mi cráneo comienza a agrietarse, dejando salir un borbotón de pensamientos, ideas, palabras y recuerdos mezclados con colores, sabores, recuerdos y un líquido espeso, viscoso, que huele a fierro.

Los perros se dan cuenta de que ahora sí pasa algo. Los veo cada vez más borrosos con unos ojos que van muriendo exangües. Creo que eso también les divierte.

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