viernes, 8 de julio de 2011

Hambre

El sonido espeso y dorado chorrea por los vidrios que dan al oriente. El sol de la mañana brilla con esa luz pesada y sonora que caracteriza esta época del año; por el poniente, las dos lunas que giran una en torno de la otra corren a esconderse tras las montañas.


Los insectos metálicos compiten con los otros insectos para llenar el ambiente de zumbidos, mientras que las flores carnívoras los devoran indistintamente y los pelean a las lagartijas voladoras.

El hielo de la noche se quiebra con crujidos lavanda y amarillos que llenan las bocas con un sabor a leche azucarada. Los lagartos corredores se remueven nerviosos en los establos ansiosos de sus ratones y pastura.

Los siervos de piel verdosa despiertan hambrientos y con frío. Para ellos, el sabor de la leche es agria y la luz agrega peso a sus cargas. Tampoco los soldados están contentos; velaron toda la noche para mantener alejados a los espectros violeta y sus gemidos que convierten los huesos en cristal y la voluntad en trapos mojados.

El nuestro es un mundo triste. Que nadie se engañe con los brillantes rayos sonoros que cruzan el cielo verde-azulado, ni nuestras brillantes bailarinas nocturnas que llenan de plata las hojas de los helechos todas las noches. La tristeza está en todas partes.

Así como los sembradíos de esa bruma morada que sirve para tener sueños dulces están llenos de arañas que pueden comerse a una persona en un par de minutos --después, claro, de haberlas mantenido dos meses en un capullo sufriendo dolores indecibles cada segundo--, todas las bellezas de ese mundo guardan penas.

A las brujas les gustan las lágrimas, y las brujas gobiernan nuestro mundo. Se nutren con el llanto de cada ser vivo, rejuvenecen con los lamentos, se embellecen con la pena y nuestras brujas son las más hermosas de todo el universo.

Los que estamos aquí estamos solos; los que estamos aquí, estamos cumpliendo una pena de por vida. Esta es mi prisión, desde hace 400 años y lo será por otros 400… cuando menos, pues eso calculan las máquinas que me pueden conservar con vida.

No puedo salir de este mundo, así como tampoco puedo olvidar.

Extiendo las alas para que las golpee la luz. Las venas plateadas se llenan de seudosangre, los músculos se fortalecen y los huesos huecos de fibra de carbono se alistan. Alzo el vuelo. Miro los campos con su engañosa paz y sigo subiendo hacia la esfera solar. No hay nubes y puedo ver hasta el fin del mundo.

Ajusto mis ojos para ver el suelo. Tengo hambre, mucha hambre, y busco algo con lo que me pueda alimentar. Algo fresco, algo vivo…

No hay comentarios: