“No chingues, de veras. Ya estoy harta, hasta mi puta madre. De veras, no mames. Ya no, por favor…” A 120 kilómetros por hora en esa pinchurrienta carreterita de dos carriles, llena de curvas y con la mano izquierda sosteniendo el teléfono para discutir con una ex que, lo peor de todo, sabes que tiene razón aunque eso te empute, es una buena manera de convertirse en noticia local de algún mugre pasquín de alguno de estos ranchos por los que cruzas hecho la madre tratando de escapar de ti mismo.
Ya desde hace rato te fijaste que no tienes mucho control de la dirección, que la camioneta se colea de forma muy culera en cada curva, pero sigues con el teléfono en la mano escuchando reclamos que te queman porque, mierda de mierdas, son más que justos y ese carácter fue lo que te llevó a enamorarte de ella y a seguir sintiendo su falta.
El jalón es más fuerte en esta curva, sobre todo porque debes esquivar a un campesino en bicicleta y a un vendedor de tepache que cree que es una buena táctica mercadológica ponerse en medio del camino. Ahora sí sueltas el teléfono. De todas maneras te colgaron hace un par de minutos, pero sigues apretando el aparato contra tu oreja izquierda aunque te entierres los aretes en la parte de arriba de la mandíbula, en ese lugar suavecito donde no hay hueso, y te saques sangre. Lo sueltas porque estás hasta la madre, pero no quieres morirte, y menos, morirte oyendo Fui solo el consuelo del amor que perdías/Clavo que saca otro clavo tu medicina/Soy con la que tú olvidaste a la que querías/Y la que amarás. Ya lo sabía, porque te queda algo de pudor, carajo, algo de dignidad.
¡Chingados! Eso de la autocompasión es una joda. Se te mete suavecito por las venas, por los poros, por las uñas y te va adormeciendo, te haces bolita y ya no te mueves, sólo te quejas quedito, haces cara de víctima y esperas que toda la gente te consuele, sin darte cuenta que más pareces una bolsa de trapos viejos y podridos que nadie quiere tocar, ni siquiera con un palo.
Pero eso lo piensas como una ráfaga, porque lo que estás haciendo es tratar de controlar la puta camioneta que va haciendo eses por el camino milagrosamente vacío. Te duelen los brazos y el cuello, pero nada como te dolerán mañana, si es que sales de esta. La camioneta se desliza 10, 20, 30 metros de costado, pero por fin controlas la situación. No hay giros ni vuelcos, sólo una polvareda y unos chamacos que te miran de lejos con la boca abierta.
En cuanto la pick up deja de moverse abres la puerta y bajas. Te tiemblan las piernas, pero de a madres, y el corazón pareciera querer salirse por la boca, por los ojos, por los oídos. Tratas de concentrarte en los latidos que percibes fuertes y acelerados, pero al menos rítmicos. Lo único que falta es que te dé otro infarto por culpa de esa puta válvula cardiaca que nunca has querido que te revisen porque tienes la estúpida fijación de que si te operan no vas a salir vivo, pero que en momentos como este desearías que la hubieran reemplazado por un cacho de silicón de 20 mil pesos.
"Carajo, carajo, carajo", murmuras al tiempo que percibes ese olor a sudor, orines y rancio que es el miedo. "Carajo, carajo, carajo", recitas en esa mantra nada espiritual, mientras poco a poco se alentan los latidos y recuperas la respiración. "Carajo, carajo, carajo", sigues murmurando con la boca llena de ese sabor nauseabundo que viene del fondo de tus entrañas y se revuelve con el óxido de la sangre que mana de la herida que te hiciste en la lengua con los dientes y que no lo sabías.
“¡Puta madre! Casi nos matamos”, dices muy consciente de ese plural que estás empleando para, al menos, tus personalidades principales, porque sabes que cuando te mueras, contigo se van varios que habitan en tu mismo cuerpo.
Chingados. Buscas agua y encuentras una botella de a litro a medias, bastante caliente, pero te enjuagas la boca, escupes, y luego te terminas el resto de un solo trago grande. Volteas a ver si no viene alguna patrulla, pero la carretera sigue normal. Pasan algunos autos, camionetas, dos o tres rutas y un Estrella Roja, pero normal. Nadie te voltea a ver, no eres más que otra ilustración al margen de la carretera.
Buscas el celular. Está debajo del asiento y te avisa que tienes un nuevo mensaje recibido: Q PEDO, CNDO LLEGAS. NO LA VAYAS A CAGAR. No aparece remitente, pero no te importa, sabes quién te está apurando.
Te sientas nuevamente tras el volante, cambias el pop que venías oyendo por una usb con 500 éxitos piratas en mp3 de esos que ahora están prohibidos porque el presidente cree que la gente se vuelve narco por la música y no por la miseria, la desesperanza, la falta de oportunidades o el encabronamiento puro y simple.
El motor de la camioneta arranca a la primera, te incorporas al tránsito, pero ahora sólo vas a unos prudentes 70 kilómetros por hora. Un rato más de vida. Algo es algo, ¿qué no?
2 comentarios:
Sí me pidieran definir este texto, diría que es como un cortometraje. La fluidez y fuerza de las escenas se dibujaron sin tropiezos en mi mente. Te felicito Gabriel. Talentoso como siempre.
éste me gustó mucho.
tiene gran fuerza en
el personaje, en la situación
que vive en ese momento.
y la imagen es bien construida
por una narración a tono.
muy bueno.
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