jueves, 19 de noviembre de 2009

Soy lluvia

Mientras pienso en lo acertado
de la imagen de la decadencia
de la vejez como "las
invasiones bárbaras" rescato este
cuento y pienso en mi querida mamá.


La lluvia golpea las paredes de la casa. Como las absurdas cargas de infanterìa de la primera guerra, oleada tras oleada de gotas intentan vencer la resistencia de ladrillos, madera y vidrio. Tienen la ciega certeza de los generales de que tarde o temprano vencerán la resistencia, siempre y cuando sea posible sacrificar miles de atacantes.

Acostado en mi cama, enfundado en la bolsa de dormir que utilizo para ahorrarme cobijas y sàbanas, escucho la luvia. Cuando se oye sin cuidado, el sonido parece rìtmico; si se le pone atenciòn, uno se va dando cuenta de las diferentes cadencias, de los sonidos individuales que hacen las gotas al reventar, del susurro de los meandros que se escurren por las paredes, del sisear de los minúsculos arroyos que se hunden en la tierra.

Poco a poco, las palabras de la lluvia van entrando en mi cuerpo, van poseyendo mi alma. Veo los inmensos palacios de cristal habitados por los seres del agua y las pequeñìsimas perlas de cristal con las que las arañas tejen sus telas, floto en los fríos torrentes que circulan entre las cavernas de diamante del fondo de la tierra.

El agua y yo somos uno. Fluyo con ella. Lentamente, empapo la bolsa de dormir y chorreo hasta formar un charco debajo de la cama, en la esquina de la habitación. Algùn dìa, alguien entrará en el cuarto y sólo si es muy perspicaz se darà cuenta de un ligero olor a humedad, lo que quedará de mí en el mundo lejos de la lluvia.