martes, 30 de junio de 2009

Un anuncio digno de verse


Dios en las constituciones mexicanas


Durante todo el gobierno del presidente Vicente Fox, y como podemos ver, también en el de Felipe Calderón, se ha desatado una interesante discusión acerca de la pertinencia de que el jefe del Ejecutivo y los secretarios de Estado ostenten imágenes religiosas, acudan como personalidades públicas a ceremonias religiosas o expresen bendiciones al iniciar o terminar sus presentaciones. Es necesario recalcar que en todos los casos, las alusiones son propias del catolicismo o de la religión en general, como la muy desafortunada afirmación del presidente acerca de que los jóvenes se drogan porque no creen en Dios.

Es cierto que como individuos particulares, los ciudadanos pueden expresar libremente sus creencias o preferencias y que las leyes los protegen. Sin embargo, también es cierto que la influencia de la Iglesia Católica en México ha sido objeto de persecuciones, inequidades e, incluso, de guerras. No se trata, como muchos pretenden, de una pugna entre jacobinos y una Iglesia débil y víctima.

Si consideramos que las constituciones políticas son una muestra del ideal de nación que buscan grupos políticos --en el sentido de personas que intervienen en las cosas del gobierno y las cosas del Estado; que de acuerdo con la última edición del Diccionario de la Real Academia Española, se refieren al arte doctrina u opinión referente al gobierno de los Estados-- podemos darnos cuenta que desde la Constitución de Apatzingán --considerada por el ex presidente de México Miguel de la Madrid Hurtado “el adelanto del ideario que habría de configurar la estructura política de la nueva nación soberana, dentro de los moldes doctrinales del Estado demo liberal”, hasta la Constitución de 1857, la idea de Dios y religión fueron inseparables de la idea de mexicanidad.

Libertad de la América Mexicana

El Decreto Constitucional para la Libertad de la América Mexicana, sancionado en Apatzingán el 22 de octubre de 1814 expresa de manera incontrovertible que en el alma de los constituyentes, empezando por el generalísimo José María Morelos y Pavón, que la nueva nación sería católica.

El Decreto empieza hablando de religión. Así, en el Capítulo I, Artículo 1º encontramos:

La religión católica apostólica romana es la única que se debe profesar en el Estado.

Esta idea se refuerza, por si no fuera suficiente en el Artículo 14 expone:

Los extranjeros radicados en este suelo que profesaren la religión católica, apostólica, romana, y no se opongan a la libertad de la Nación, se reputarán también ciudadanos de ella, en virtud de carta de naturaleza que se les otorgará, y gozarán de los beneficios de la ley.

Mientras que en 17 aclara:

Los transeúntes serán protegidos por la sociedad, pero sin tener parte en la institución de sus leyes. Sus personas y propiedades gozarán de la misma seguridad que los demás ciudadanos, con tal que reconozcan la soberanía e independencia de la Nación, y respeten la religión católica, apostólica, romana.

Y en el Artículo 15 amenaza:

La calidad de ciudadano se pierde por crimen de herejía, apostasía y lesa nación.

Esto, innegablemente. contradice los principios de igualdad u libertad de pensamiento en aras, tal vez, de a búsqueda de unidad nacional. Es interesante recordar que tanto Morelos como Miguel Hidalgo, ambos sacerdotes católicos, fueron excomulgados antes de sus respectivas ejecuciones a manos de los relistas.

También es interesante observar la manera en que el Artículo 155 prescribe el juramento que habrá de hacer en la elección de individuos para el “Supremo Gobierno”:

Nombrados los individuos, con tal que se hallen presentes dos de ellos, otorgarán acto continuo su juramento en manos del presidente, quien lo recibirá a nombre del Congreso, bajo la siguiente fórmula: «¿Juráis defender a costa de vuestra sangre la religión católica, apostólica, romana, sin admitir otra ninguna? --R. Sí juro.-- ¿Juráis sostener constantemente la causa de nuestra independencia contra nuestros injustos agresores? --R. Sí juro.-- ¿Juráis observar, y hacer cumplir el decreto constitucional en todas y cada una de sus partes? --R. Sí juro.-- ¿Juráis desempeñar con celo y fidelidad el empleo que os ha conferido la Nación, trabajando incesantemente por el bien y prosperidad de la Nación misma? --R. Sí juro.-- Si así lo hiciereis, Dios os premie, y si no, os lo demande». Y con este acto se tendrá el Gobierno por instalado.

El imperio de Iturbide

Una vez consumada la Independencia, Agustín de Iturbide resulta emperador del flamante Imperio Mexicano y el 18 de diciembre de 1822 aparece el Reglamento Provisional Político del Imperio Mexicano.

En el artículo 3º hace profesión de fe con una visión puesta en la eternidad a la que tan afectos son los gobernantes absolutistas:

La nación mexicana, y todos los individuos que la forman y formarán en lo sucesivo, profesan la religión católica, apostólica, romana con exclusión de toda otra. El gobierno como protector de la misma religión la sostendrá contra sus enemigos. Reconocen, por consiguiente, la autoridad de la Santa Iglesia, su disciplina y disposiciones conciliares, sin perjuicio de las prerrogativas propias de la potestad suprema del Estado.

Por supuesto, el nuevo gobierno protege a las autoridades religiosas y les concede potestades especiales, como leemos en el: Artículo 30.

Toca al Emperador:

1. Proteger la religión católica, apostólica, romana, y disciplina eclesiástica, conforme al plan de Iguala.

Y en el Artículo 4:

El clero secular y regular, será conservado en todos sus fueros y preeminencias conforme al Artículo 14 del plan de Iguala. Por tanto, para que las órdenes de jesuitas y hospitalarios puedan llenar en procomunal los importantes fines de su institución, el Gobierno las restablecerá en aquellos lugares de Imperio en que estaban puestas, y en los demás en que sean convenientes, y los pueblos no lo repugnen con fundamento.

Además de lo que se especifica en materia de censura en el Artículo 18.

La censura en los escritos que traten de religión o disciplina eclesiástica toca al juez ordinario eclesiástico, que deberá darla dentro de veinticuatro horas, si el papel no llegare a tres pliegos, o dentro de seis días si pasare de ellos. Y si algún libro o papel sobre dichas materias se imprimiese sin la licencia indicada, podrá dicho juez eclesiástico recogerla y castigar al autor e impresor con arreglo a las leyes canónicas. En los demás puntos del Artículo anterior, la censura la hará cualquier juez de letras a quien se pida la licencia, en los mismos tiempos; pero bajo su responsabilidad, tanto al Gobierno, si fuere aprobatoria, como a la parte si fuere condenatoria.

Por supuesto, aquí los integrantes del Imperio hacen un juramento similar al de Apatzingán, como se lee en el tercer párrafo del Artículo 34:

«N. N. (aquí los nombres) juramos por Dios y por los Santos Evangelios, que defenderemos y conservaremos la religión Católica, Apostólica, Romana, y la disciplina eclesiástica sin permitir otra alguna en el Imperio; que seremos fieles al emperador; que guardaremos y haremos guardar el reglamento político y leyes de la monarquía mexicana, no mirando en cuanto hiciéremos sino al bien y provecho de ella; que no enajenaremos, cederemos ni desmembraremos parte alguna del Imperio; que no exigiremos jamás cantidad alguna de frutos, dinero ni otra cosa sino las que hubiere decretado el cuerpo legislativo; que no tomaremos jamás a nadie su propiedad; que respetaremos sobre todo la libertad política de la nación, y la personal de cada individuo; que cuando llegue el Emperador a ser mayor (en caso de impotencia se dirá que, cuando cese la imposibilidad del Emperador) le entregaremos el Gobierno del Imperio, bajo la pena, si un momento lo dilatamos, de ser habidos y tratados como traidores; y si en lo que hemos jurado o parte de ello, lo contrario hiciéremos, no debemos ser obedecidos, antes aquello en que contraviniéremos será nulo y de ningún valor. Así Dios nos ayude y sea en nuestra defensa; si no, nos lo demande».

Más catolicismo

El 31 de enero de 1824, bajo la divisa “Dios y libertad”, se establece en el Artículo 4º del Acta Constitutiva de la Federación que:

La religión de la nación mexicana es y será perpetuamente la Católica Apostólica Romana. La nación la protege por leyes sabias y justas, y prohíbe el ejercicio de cualquiera otra.

El 4 de octubre de 1824 se promulga la nueva Constitución “En el nombre de Dios todopoderoso, autor y supremo legislador de la sociedad” y en su Artículo 3º establece exactamente lo mismo que el Artículo 4º del Acta del 31 de enero:

La religión de la nación mexicana es y será perpetuamente la C. A. R. La nación la protege por leyes sabias y justas, y prohíbe el ejercicio de cualquiera otra.

Además, establece juramentos bajo la inspiración del catolicismo en su Artículo 101:

El presidente y vicepresidente nuevamente electos cada cuatro años deberán estar el 1 de abril en el lugar en que residan los poderes supremos de la federación y jurar ante las cámaras reunidas el cumplimiento de sus deberes bajo la fórmula siguiente: «Yo N. nombrado presidente (o vicepresidente) de los Estados Unidos mexicanos, juro por Dios y los santos Evangelios, que ejerceré fielmente el encargo que los mismos Estados Unidos me han confiado, y que guardaré y haré guardar exactamente la constitución y leyes generales de la federación».

Y en el Artículo 136:

Los individuos de la corte suprema de justicia al entrar a ejercer su cargo prestarán juramento ante el presidente de la república en la forma siguiente: «¿Juráis a Dios nuestro señor haberos fiel y legalmente en el desempeño de las obligaciones que os confía la nación? Si así lo hiciereis, Dios os lo premie, y si no os lo demande».

Las Leyes Constitucionales del 30 de diciembre de 1836 se establecen nada menos que:

En el nombre de Dios Todopoderoso, trino y uno, por quien los hombres están destinados a formar sociedades y se conservan las que forman; los representantes de la Nación mexicana, delegados por ella para constituirla del modo que entiendan ser más conducente a su felicidad, reunidos al efecto en Congreso general, han venido en declarar y declaran las siguientes

El juramente que establece en el Artículo 9. para los integrantes del Supremo Poder Conservador se remata con lo que el redactor considera como la fórmula ordinaria: “Si así lo hiciereis Dios os lo premie y si no os lo demande”.

La fórmula mediante la que el presidente tomará cargo es ya conocida por nosotros y la encontramos en el Artículo 12:

Yo N., nombrado Presidente de la República Mexicana, juro por Dios y los Santos Evangelios, que ejerceré fielmente el encargo que se me ha confiado, y observaré y haré observar exactamente la Constitución y leyes de la Nación”.

En el Artículo 17 los conservadores encuentran la manera de desligarse de rendir cuentas a sus gobernados al establecer:

Este Supremo Poder no es responsable de sus operaciones más que a Dios y a la opinión pública, y sus individuos en ningún caso podrán ser juzgados ni reconvenidos por sus opiniones.

En el Acta Constitutiva y de reformas del 21 de mayo de 1847 se atempera bastante la idea religiosa pues únicamente encontramos al principio del documento una mención de influencia doctrinal, pues el Acta se establece:

En nombre de Dios, Creador y Conservador de las sociedades

Y finaliza con el lema:

Dios y Libertad.

Fin de una era

La última mención que encontramos en una constitución mexicana referente a Dios en un sentido religioso está en la de 1857, que se establece “en el nombre de Dios y con la autoridad del pueblo mexicano” y finaliza con “Dios y libertad”.

La Constitución de 1857 tuvo vigencia desde el 12 de febrero de ese año hasta la promulgación de la Constitución que actualmente nos rige, sin referencias a Dios, del 5 de febrero de 1917. Por tanto, hicimos un breve recuento de ideas con una duración de 102 años, desde la preconcepción del México independiente hasta la consolidación de México como nación durante la segunda mitad del siglo XIX.

Este periodo es mayor que el vivido durante la vigencia del orden constitucional que nos rige actualmente y que creemos que se violenta en espíritu cuando se hacen alusiones religiosas desde el poder público.

Ojalá aprendamos de nuestros legisladores y dejemos que obre la sabiduría y la prudencia.

sábado, 27 de junio de 2009

¿Renuncia Calderón a la lucha contra las drogas?


De acuerdo con el periódico La Jornada de hoy, el presidente Calderón afirma que "los jóvenes usan drogas porque no creen en Dios".



De acuerdo con http://es.catholic.net/conocetufe/364/814/articulo.php?id=26977 las virtudes teologales, una de las cuales es la fe, son:

a) Son dones de Dios, no conquista ni fruto del hombre.
b) No obstante, requieren nuestra colaboración libre y consciente para que se perfeccionen y crezcan.
c) No son virtudes teóricas, sino un modo de ser y de vivir.
d) Van siempre juntas las tres virtudes.


Por lo tanto, si la primera característica es que son dones de Dios, o se tienen o no, y las personas no pueden hacer nada para obtenerlas (aunque sí para acrecentarlas, según la teología católica que, supongo, comparte Calderón).

O sea, si los jòvenes no creen en Dios y por eso se drogan, la batalla estaría perdida.

En fin, eso dice el presidente...

jueves, 25 de junio de 2009

Nuevo orden mundial en México. Tres fotografías

México, como prácticamente todo el mundo, vive en un nuevo orden mundial caracterizado por una globalización salvaje y depredadora que, en teoría, promete llevar las mismas oportunidades a todos los pueblos, pero que en la práctica, marca de manera brutal zonas, estilos de vida, maneras de consumo.

La Unión Soviética se desintegró y sus restos se dividen entre el integrismo islámico y el neoliberalismo mafioso; en el Vietnam victorioso que derrotó los ejércitos del imperio se fabrican camisas vaqueras y muñecas Pucca para la “cajita feliz” del McDonald’s e incluso China, que resistió tanto su propia revolución cultural como los ataques del exterior, se regocija con instalaciones fabriles donde millones de hijos y nietos de antiguos lectores del Pequeño Libro Rojo laboran largas horas fabricando Nikes y microprocesadores para las computadoras personales de todo el mundo.

Se libró una guerra y hay ganadores y vencidos. Estados Unidos, Japón, muchos de los países europeos imponen sus reglas; los demás, apenas serán la cocina de los desarrollados, de la manera como Douglas Coupland lo expresa en la novela Microsiervos:

“Susan ha dicho: <<¿Se han dado cuenta de que en Star Trek nadie va de compras? Es una sociedad totalmente posdinero. Si quieren un plátano, fotocopian uno en el replicador. Pongan a Malaisia o a México en el replicador, conviertan Palo Alto* en el puente de mando y ¡Zaz!: AHORA MISMO=STAR TREK.>>”.[1]

México no sólo ha quedado en el papel de “país-cocina” sino que gobernantes, industriales y políticos locales se esfuerzan en que no haya salida alguna. No obstante, a países como México pareciera que no les queda siquiera el consuelo de una vida “más sencilla” pues al igual que adquieren las nuevas enfermedades “del desarrollo”, como cáncer, diabetes o coronarias, se contagian de males tan odiosos como la intolerancia, la xenofobia y el racismo.

Las siguientes tres fotografías pretenden mostrar, de manera rápida, como muchos mexicanos se asumen gustosos en el papel de ese “replicador” para los países que ocupan los puestos de liderazgo en este nuevo orden mundial.

Primera fotografía

Tajín, Veracruz, sitio arqueológico impresionante, sobrecogedor, patrimonio de la humanidad según la Unesco. Tajín, Veracruz, lugar de peregrinación preferido por mexicanos y extranjeros que pretenden cargarse de energía y vibraciones procedentes de las culturas que lograron construir pirámides y templos alucinantes bordeados por la selva. Tajín, Veracruz, ventana oficial de México ante el mundo, sede de la una Cumbre que muestra a México de la mano de los más desarrollados.

Tajín, Veracruz, zona arqueológica vedada a los totonacas quienes si quieren participar de las migajas que les brinda el turismo deben hacerlo pegados a la malla ciclónica que les impide el paso. “Es que si los dejamos entrar ensucian, dan mal aspecto, destruyen…”, en suma, arruinan ese aire Adventure Disney World en que una globalización voraz impulsada por el lucro ha convertido los lugares interesantes del mundo.

Claro, uno podría preguntar --y sería calificado como “ingenuo”, “nostálgico” e incluso, horror de horrores, “populista”-- ¿no deberían ser, precisamente, los indígenas, los principales beneficiarios de la riqueza arqueológica del país? Porque no se trata de que señoras ataviadas con trajes típicos vendan naranjas, sino que las comunidades a las que pertenecen sean las beneficiarias del dinero que el turismo deja en ellas.

Segunda fotografía

Por las calles principales de Cuautla, en el estado de Morelos, un cortejo formado por campesinos, gente de pueblo, mujeres, ancianos, niños, acompaña los restos de Mateo Zapata, hijo menor de Emiliano Zapata, hasta el palacio municipal, el monumento a su padre y, finalmente, al modesto cementerio de la ciudad.

La semiótica nos ha enseñado que no sólo es importante lo que está, sino también lo ausente, y en esta celebración, está ausente la figura de las autoridades. No hay representante de la presidencia de la República ni del gobierno del estado, para quienes la muerte de un hombre recordado por muchos como seguidor del revolucionario asesinado en Chinameca, agrarista convencido que casi hasta su muerte tuvo la puerta abierta para quien lo necesitara, ha pasado completamente inadvertida.

Zapata ya no es Zapata. En el mejor de los casos, la caricatura metrosexual que encarnan cantantes ranchero-pop fabricados por las televisoras; en el peor, otro pinche indio mugroso que lo mejor que hizo fue morirse.

En el panteón municipal de Cuautla, pero afuerita, alejado de los dolientes cargados de flores, cargados de problemas, cargados de frustraciones que acompañan al último que los ligaba con el jefe, el presidente municipal de Cuautla responde, distraído, preguntas de reporteros locales sobre cuestiones que nada tienen que ver con la vida o personalidad de Mateo Zapata. El fallecimiento y el entierro ocuparon pequeños espacios en los medios locales, pero los nacionales tuvieron mejores cosas que reseñar, como escándalos de artistas, horóscopos, futbol y dietas mágicas.

Una vez más, desde la perspectiva de un nuevo orden mundial global, es explicable este desdén por la vida y muerte de un agrarista, cuando el discurso nos ha repetido machaconamente que el país requiere “modernización, industrias, transgénicos y no quedar en el pasado que representan campesinos premodernos y poco productivos…”

Meses más tarde muere en Tlaltizapán, Morelos, don Luis Capistrán, hijo de un general zapatista que llegó a gobernador del estado. El presidente municipal manda un recado: “lo que se ofrezca” --al prometer no empobrece-- pero está muy ocupado y no puede ir al velorio, que se celebra como debe ser, a media calle, con banda, café, pan, tortas de pierna picosísimas y niños jugando futbol. Para qué ir, para qué molestarse, el muerto no era político ni, mucho menos, empresario. Un simple campesino más, enfermo y desesperanzado, como gran parte del campo mexicano.

Tercera fotografía

Cualquier tarde, en cualquier ciudad de México, la televisión transmite su contenido a millones de personas. En ese contenido, llama la atención la cantidad creciente de anuncios de cremas y otros remedios que prometen aclarar la piel de las personas, eliminar de su tez las impurezas y el color oscuro producto de la contaminación.

Aseguran que al aclarar la tez se perderán complejos, se adquirirá belleza. Lo oscuro es como una enfermedad, es impuro, casi una maldición, pero la ciencia “del hombre blanco” en un renacido cliché ofrece una solución a personas que realmente desean el éxito, que de verdad quieren diferenciarse en un país que alguna vez hablara con orgullo de su mestizaje, que imprimiera la divisa vasconceliana en el escudo de la Universidad Nacional Autónoma de México.

El ansia de palidez es patológico. Además, a medida que aumenta la búsqueda de pieles sin melanina, se agrava el desprecio hacia quienes la tienen. Es más que un secreto a voces que en México, en antros y restaurantes, hoteles y centros vacacionales, se discrimina al moreno, al que no se ve “de clase”. Es evidente, he presenciado cómo, en algún spa exclusivo y escondido, se permite la entrada de un güero chamagoso, pero con aire extranjero, y se ahuyenta a un mexicano típico sin importar --ironía de ironías-- que el primero sea absolutamente mexicano y no traiga un centavo y el segundo, ciudadano estadounidense, esté dispuesto a dejar muchos dólares en el lugar (después vendrán los “I’m sorry”, pero por lo pronto, se ejerció la afrenta de la discriminación).

Dice Enrique Krauze en su ensayo “Problemas y no problemas”[2], que los mexicanos deberíamos contar nuestras bendiciones y añade:“México tiene muchos problemas pero también muchos no problemas. Uno de ellos es el étnico”. Luego de esta afirmación, el autor nos pide que preguntemos qué es el racismo “a un judío superviviente del nazismo, a los huérfanos y viudas de Bosnia o alguno del medio millón de negros que marcharon hasta el Capitolio en Washington”. Sin embargo, con el respeto que merece el autor, esta afirmación es tan simplista como decirle a una mujer golpeada por un marido: “no te quejes, esto no es violencia familiar; si quieres sabe lo que es violencia, pregúntale a una mujer al borde de la muerte”.

El México de hoy se está reforzando con gran ímpetu el cáncer del racismo de “baja intensidad”, como lo denomina el investigador Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán, porque ahora tiene el apoyo de los grandes empresarios de la comunicación y la mercadotecnia, a rendir homenaje a los rubios. Ya no es ni siquiera de mal gusto halar de “prietos feos” o “nacos”; ahora, es común escuchar comentarios como el que se expresó en cierta universidad particular: “¡Qué horror! tengo el gen naco; nomás me da tantito el sol y me pongo prieto”.

“Ya pasaste de moda gata... hoy en el canal SONY apareció la serie Sarah Silverman Program que trata de una chava como tú, que para todo quiere ser asquerosa y mala tan sólo porque es tonta jajajaja, hasta físicamente te pareces a ella, pero tú en naquita...” le dice un lector a la autora de un blog para insultarla con la idea de que no podemos ser gringos ¡cómo va a ser! sino apenas una triste copia pirata, morenita, feíta, pues.

Una vez más, madres y abuelas buscan con ansias los cabellos rojos, los ojos “de color” --como si el café implicara su ausencia--, las pieles pálidas en hijos y nietos que, si las tuviesen, indicarían serios problemas de salud… o la existencia de relaciones extramaritales, todo para parecerse mejor a los anuncios globales de prendas y artículos fabricados en China con marcas europeas o estadounidenses.

“No es racismo, es clasismo”, claman algunos. “Si hasta la virgen de Guadalupe es morena”, dicen otros. “Hasta presidente indio tuvimos”, recuerdan los memoriosos. Pero todos olvidan que en México, clasismo es racismo porque lo güero, lo blanco se relaciona con la capacidad económica, el poder, las posibilidades de salir de la miseria. A Cristina, la indígena náhuatl del Estado de México que aprendió español a los 17 años, sus hijas le prohibieron, terminantemente, que hablara como india. “¡Ay, mamá! ¿Qué no te das cuenta que nosotros ya no somos así, que ya tenemos casas, que fuimos a la escuela…?” Olvidan, también, que la virgen morena, como la llaman los cursis y la televisión (¿qué no son la misma cosa?) no tiene rasgos indígenas, que la invención adoctrinadora (¡perdón, quise decir “el milagro del Tepeyac!) no llegó a tanto, y que a Juárez, sus enemigos siguen diciéndole en el siglo 21 “pinche indio oaxaqueño”.

Nos negamos a ser mestizos, porque lo mestizo duele, y hacemos todo lo posible para convertirnos en una copia pirata precisamente de quienes nos desprecian.



* Palo Alto, California, es una de las comunidades más prósperas del estado más rico de EU.

[1] Coupland, Douglas. Microsiervos. España, 1998. Pág. 380.

[2] Krauze, Enrique. La historia cuenta, Antología. Tusquets Editores, México, 1998. Pág. 123.