Reflexiones
sobre un regreso a clases nada normal
Para
Valentina Páramo
Por Gabriel
Páramo
I
Regresar a
clases en tiempos de pandemia es uno de los mayores retos que como sociedad enfrentamos
en estos días. Para empezar, significa encararnos a algo nuevo, a algo que no
habíamos visto en nuestras vidas. Los tiempos post y durante pandemia son
inéditos y la campaña de “regresar a la nueva normalidad” se ubica en el mismo
plano de “tu perrito ahora juega con otros perritos en una granja enorme” o “tu
abuelita te mira desde el cielo”. Suena bonito, resulta esperanzador, pero es
falso y encubre una realidad mucho más siniestra.
Creo que la vida
urbana, como la conocíamos antes, está sufriendo un cambio brutal. A lo que
“regresaremos” es a un nuevo mundo, diferente y más complejo, un nuevo mundo al
que seguramente nos adaptaremos y, con el tiempo, tal vez obtengamos
beneficios, pero de momento el resultado son pérdidas.
II
La pandemia nos
tomó mal preparados. Un sistema de salud desecho, una economía deteriorada y
poca confianza en nosotros como sociedad. En el ámbito educativo por supuesto
la situación es similar. A millones de niños y jóvenes en edad escolar que no
asistían a la escuela, o lo hacían en condiciones deplorables, sumaremos el
hecho de la necesidad de la educación a distancia. Simplemente, no estamos
preparados tecnológicamente para ella, pero es necesario emplearla.
Cierta
universidad pública que estimo pide a sus aspirantes que se aseguren de tener
una conexión suficiente y estable durante el proceso del examen de selección.
Dejando aparte la gran cantidad de gente que no tiene acceso a ningún tipo de
red, pedir que los aspirantes se responsabilicen de eso es como pedir a la
gente que no se exponga a ningún agente cancerígeno en toda su vida. Simplemente
es algo que está fuera del control no solo de los individuos, sino de muchas
instituciones en el actual modelo social.
Las
universidades carecen, en su mayoría, de redes suficientes y confiables. Los
individuos también y no me imagino pidiendo a Telcel o al maléfico Soros que
por favorcito no sean gachos y de perdida cumplan con el servicio que estén
pagando y que la red no se caiga o satura mientras hacen su examen.
III
Por otro lado,
tenemos el mismo regreso a las aulas. Los planes de sana distancia suenan bien
bonitos precisamente por su irrealidad. Salones con poquita gente, separados,
con limpieza profunda después de clase, áreas ventiladas… cuando la mayoría de
las escuelas carecen de papel de baño o jabón.
Conozco gente
inteligente, preparada y sensata que ha decidido que sus hijos e hijas dejen de
estudiar en los sistemas escolarizados al menos durante el siguiente ciclo
escolar. Los jóvenes seguramente podrán aprender mucho por su cuenta, pero por
desgracia no tenemos un sistema educativo que valore esos conocimientos. O en
la escuela o fuera de ella.
Creo, también,
que es momento de reflexionar acerca de las prisas por volver a las escuelas y
de darnos cuenta que lo educativo no es el único factor. En un país donde los
sistemas de apoyo a las familias, si no son internos (familiares), no existen,
las escuelas son también el lugar donde los hijos pueden estar al menos durante
parte de las largas horas de trabajo y traslado de padres y madres. No es la
función de las escuelas, claro, pero es la realidad.
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