Muchos piensan que los celos son una enfermedad y, como tal, tiene sus días malos y sus días buenos. Si quienes creen eso tienen razón, entonces yo estoy enfermo. En ocasiones, imaginarte durmiendo a su lado, pensar en que te mira mientras te cepillas los dientes, saber que tú le dices “amor” cuando te llama por teléfono, todo eso se convierte en un puño que se forma dentro de mi pecho y no me deja respirar, me ahoga igual que si estuviera sufriendo un infarto. La visión se oculta detrás de un velo rojizo, la cabeza me retumba y los oídos me sangran.
Entonces, me convierto en un pájaro de ceniza negra y opaca, con bordes azules. Salgo por la ventana buscando presas para clavarles mi pico y mis garras. Encuentro una pareja de enamorados, que caminan felices y hacen planes tomados de la mano; me lanzo hacia ellos para rasgar sus pechos y gargantas. Por las heridas penetra la baba viscosa y purulenta de los celos.
Ellos no se dan cuenta de nada, pero cuando reanudo el vuelo, ya no se miran con ternura y de sus bocas dejan de salir los “te amo”; ahora se observan con desconfianza y se lanzan reproches mutuos.
Vuelo largas horas, provocando pesadillas que los niños recordarán incluso el día de sus lejanas muertes, lastimo a los perros dormidos y mato a los pajaritos en sus jaulas. Hago que la leche se agrie en los vasos y la carne se corrompa en los platos, pudro las frutas y salo las sopas. Las cuentas de los comerciantes no cuadran y las construcciones se tuercen. Nadie confía en nadie, ni en ellos mismos.
Voy dejando un rastro verde mientras vuelo sin encontrar alivio hasta que termina la madrugada y un sol enfermo y desganado tiñe de amarillo pálido las nubes grises y marrones. Entro por la ventana y me revuelvo en la cama sudoroso, con los ojos enrojecidos, con las uñas mordisqueadas y la garganta reseca. El único consuelo que tengo es que ese ha sido uno de los días buenos.
1 comentario:
Me gustó mucho. Me pareció sombrío, desgarrador y extrañamente familiar.
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